Testigo de la historia

“Mi nombre es Broni”, son recuerdos, hambre, frío y miedo, los sentimientos que Bronislaw Zajbert plasma en papel, un libro que se vive.

Sí, puede haber miles de libros que relatan e informan sobre lo ocurrido a los judíos en la

Segunda Guerra Mundial, sin embargo, que el mismo autor, que aquel niño de 6 años, ahora 89, esté presente y viva en la Ciudad de México para detallar cada suceso, hace de “Mi nombre es Broni” (Debate) más real, con un guía que sufrió en carne propia el Holocausto y ha derrotado a la crueldad humana para dejar su testimonio.

Broni fue recluido por los nazis, junto a sus padres y hermano, en el gueto de Lodz, Polonia, cuando apenas contaba con seis años y hasta los 12, en el periodo de 1940 a 1945.

Con su voz pausada, llena de experiencias, Broni va recordando la vida en el gueto, ahí en

un lugar insalubre, inhumano, done el hambre era un jinete del apocalipsis que trotaba diario, pero a pesar de todos los infortunios, él siempre estuvo bien protegido, el amor de sus padres lo mantuvo a salvo y lejos de muchas atrocidades.

“Ya mucha gente me pedía que les contara algo de mi vivencia durante mi infancia en el gueto de Lodz. No me gustaba mucho porque me costaba trabajo recordad o tal vez no lo quería hacer. Pero pasó el tiempo y primero se lo contaba a mi familia, a mis hijos, mis nietos”.

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“Hasta que me acostumbré a revivirlo sin tanto dolor ni preocupación, lo podía decir sin llorar, porque además era importante el amor de mis padres, siempre nos protegieron a mi hermano y a mi. Hicieron todo lo que estuvo a su alcance para evitarnos más dolor”, rememora.

En el libro aparecen anécdotas que dejan al lector con la respiración cortada u otras que muchos han vivido alguna vez, cuando la misma familia da la espalda en una situación donde la solidaridad es necesaria y se recibe más ayuda de personas ajenas al núcleo social más fuerte.

Ahora y en ese entonces a Broni no le causaba dolor, tal vez en su infancia porque, como lo dice, no comprendía tantas envidias y traiciones debido a su corta edad y ahora, en su adultez no juzga, al contrario, trata de entender que, en el hambre, la parte humana desaparece en la mayoría de los casos.

“Como lo ven en el libro, hubo momentos en que la propia madre de mi papá nos dio la espalda. A pesar de todo eso, mis padres siempre nos daban lo que podían. No comían ellos por tenernos bien. Mi madre buscaba la manera de darnos un poco más de pan o mi papá guardaba lo que podía.

“Yo lo veía y me preguntaba porqué mi abuela no nos ayudaba o la hermana de mi mamá que prefería darle la comida a unos vecinos que a nosotros, pero era un niño. Ahora lo entiendo, era el hambre, vivíamos en un gueto en Polonia, donde había hambruna, epidemias, crueldad, los hombres, mujeres y niños judías éramos tratados como esclavos y había horrores incomprensibles”, explica.

En las páginas hay un ejemplo de la urgencia por salvar las vidas de los hijos, Broni relata cuando les avisaron de una redada de los alemanes y la policía judía, esta fue impuesta por los nazis y los obligaba a que entregaran una cierta cantidad de habitantes del gueto para trasladarlos a los campos de concentración.

Ante el miedo de que los niños fueran separados, los padres de Broni los metieron a una cisterna medio llena, justo en una época donde el frío calaba los huesos. Las horas pasaron y ambos hermanitos guardaban silencio y tiritaban de frío. La imaginación de Broni lo hacía pensar en una muerte, que sus padres no volvieran nunca por ellos y nadie los encontrara.

Al final, después de horas de angustia escucharon cuando se abría la tapa y la mano de su padre los ayudó a salir, el susto había pasado.

A pesar de todo lo que ocurrió, Broni aprendió a no guardar rencor, a no odiar y menos a buscar venganza.

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“Me duele cuando recuerdo algunos sucesos o personas que fallecieron. No guardo resentimientos ni odios. No vale la pena y si odiaba yo solo me hacía daño. Logré quitarme ese sentimiento, para qué vivir amargado y sufriendo. Es algo que recordare siempre, pero sin odiar a los que nos hicieron daño”.

Bronislaw Zajbert recuerda que mientras estuvieron “encarcelados” en el gueto de Lodz nunca supieron lo que ocurría afuera, de los campos de concentración, de la barbarie de Hitler, de los millones de judías asesinados.

“Había rumores, se decían cosas, pero no podíamos comprobarlo, sobre todo mis padres, yo a mi edad no sabía de la magnitud de la guerra, sólo que éramos presos por ser judíos.

“En el gueto de Lodz, el segundo en tamaño después del de Varsovia era el más hermético. Estaba rodeado con alambre de púas, tablas de madera y guardias alemanes; nunca se supo nada durante el tiempo que estuvimos encerrados. Los alemanes se llevaban a la gente y nos decían que iban a otro lugar de trabajo. Nos enteramos de los campos de concentración días después de la liberación”.

“Han pasado décadas de la Segunda Guerra Mundial, de una invasión a otros países, sin embargo, a pesar de los registros de lo ocurrido, de los millones de muertes, para Broni es triste que la humanidad no aprenda del pasado y la historia se repita.

Detalla que ha encontrado a familiares de alemanes que los tuvieron en el gueto o descendientes de aquellos nazis que causaron tanto dolor, pero sabe que ellos no son culpables, que tal vez carguen con algún sentimiento de tristeza por los actos de su antepasado.

“El mundo no ha aprendido de la historia; la mejor forma de no repetir nuestros errores es conocerla. El mundo conoce qué pasó. El ser humano sabe, pero no aprende; es algo muy triste.

“Ahora lo estamos viviendo de nuevo, una invasión, muerte, guerra, niños asesinados, hambre. No podemos permitir que se repita lo que yo viví”.

En el gueto de Lodz se estima que más de 200 mil judíos habrían sido encerrados, y de los cuales sólo sobrevivieron alrededor de 877.

“Mi nombre es Broni” es el recuento en carne viva de Broni, un hombre de 89 años, el 18 de abril pasado recién los cumplió, como uno de los sobrevivientes de esa etapa de la humanidad, y su recorrido junto a su familia por distintas partes del mundo hasta asentarse en México.

“No creo en Dios. Mucha gente me dice que fue gracias a Dios que mi familia y yo nos salvamos, pero yo les respondo que si voy a creer que fue gracias a él que me salvé, debo creer que fue también debido a él que 6 millones de judíos murieron en el Holocausto”.

Por Alejandro Baillet


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