Silvia, la mujer que aprendióa cocinar con flores del campo

Desde los nueve años, Silvia Bravo Martínez descubrió que tenía un don: el de transformar ingredientes sencillos en sabores memorables.

Nacida en la comunidad de Tlacotlapilco, municipio de Chilcuautla, Hidalgo, hoy su nombre resuena en distintos encuentros gastronómicos gracias a su talento y dedicación a la cocina tradicional.

“Empecé desde muy chica. Como a los 8 o 9 años ya hacía tortillas. Una vez, a los nueve, me pidieron hacer arroz, pero no encontré jitomate. No sabía que existía el arroz blanco, así que usé chiles, los lavé para que no picaran, y preparé el arroz como pude. Quedó muy bonito y sabroso”, recuerda con una sonrisa. Ese platillo fue para su hermana, quien ya no está, y quien le dio la confianza de seguir cocinando.

Madre de cuatro hijos, ha sabido combinar su vida familiar con su pasión por la cocina

Desde entonces, nunca ha dejado la cocina.
La vida la llevó a migrar a la Ciudad de México, aunque no de la forma que esperaba.

“Me llevaron con engaños. Yo quería estudiar, pero me dijeron que allá estudiaría y al llegar, nunca se habló de escuela. Me pusieron a trabajar”.

Entró a una casa como ayudante, supuestamente para cuidar niños, pero terminó cocinando y haciendo el aseo. Tenía apenas 11 años.

“Me preguntaron si sabía guisar. Les dije que sí. Me acordé cómo cocinaban mi mamá y mi abuelita. Ella siempre decía: ‘Todas las flores que veas se comen, se guisan’. Todo lo que hay en el campo se puede aprovechar. Incluso un cactus se puede comer”. Así, lo aprendido en casa y en la milpa la ayudó a convertirse en cocinera.

Durante su juventud, Silvia regresaba cada dos o tres meses a su tierra para visitar a su familia y ayudar a su madre en la preparación de tortillas. Hoy, es madre de cuatro hijos y ha sabido combinar su vida familiar con su pasión por la cocina.

“Siempre me llevaba al más chiquito. Y los grandes se quedaban con su papá. Trabajábamos juntos en el campo, en la milpa, cosechando maíz y lo que se pudiera. Pero yo nunca dejé de cocinar.”

Para Silvia, lo más gratificante no es sólo preparar un platillo, sino escuchar a su familia decirle que su comida “sabe muy rico”.

“Eso es lo que más me impulsa. Me gusta que me lo digan, que me reconozcan. No me gusta otra comida que no sea la mía”, dice entre risas. Aunque no suele probar sus propios guisos, confía plenamente en su sazón y en lo que transmiten sus recetas.

Ha participado en diversos concursos gastronómicos en Hidalgo, donde ha compartido platillos como conejo en salsa borracha, guajolote y pescado preparado al estilo tradicional. Uno de los eventos que más recuerda es un rally culinario en Ixmiquilpan que tuvo ocho ediciones y cuya final se realizó en Tula de Allende. “Quedé en tercer lugar, pero más que el premio, me divertí muchísimo, aprendí mucho, conocí gente nueva, y eso es lo que me llevo”.

Ante los cambios generacionales y el desinterés de muchos jóvenes por entrar a la cocina, Silvia comparte un mensaje reflexivo: “No sólo se trata de comer. Hay que disfrutar cómo se guisa. Eso también se goza. Ver que alguien te dice que está rico, que sabe a hogar, que sabe a cariño, eso llena. Saber guisar es saber cuidar”.

Hoy, Silvia Bravo es una de las muchas mujeres indígenas que preservan y transmiten el conocimiento culinario ancestral, con base en el respeto a la tierra, los ingredientes del entorno y las recetas que han pasado de generación en generación. Su historia no solo es un homenaje a la cocina tradicional hidalguense, sino también un llamado a valorar el trabajo de quienes, desde el fogón, construyen identidad y comunidad.


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