Desde la localidad de Axihuiyo, perteneciente al municipio de Huejutla, Miguel Hernández Hernández, de 30 años, se ha consolidado como uno de los artesanos jóvenes más destacados en la elaboración de máscaras tradicionales de madera, una práctica esencial en las festividades huastecas, especialmente durante el carnaval.
Su historia comenzó hace nueve años, cuando tenía alrededor de 21. Sin haber tenido maestro ni experiencia en la talla, Miguel decidió fabricar su primera máscara para poder bailar con las cuadrillas de su comunidad. El costo de comprar una pieza de madera resultaba inaccesible para él, así que tomó una decisión que marcaría su camino: hacer una con sus propias manos. “Quise adquirir una, pero no me alcanzó. Ahí dije: ‘Voy a intentar hacerla’”, recuerda.

Aquella primera máscara, sencilla y tradicional, sorprendió a sus vecinos. La recomendación de boca en boca no tardó en hacer efecto y los encargos comenzaron a llegar. Durante cuatro años trabajó solo por temporada, pero desde hace cinco se dedica de forma continua a este oficio, que hoy es su principal actividad, aunque también realiza dibujo, rótulos y tatuajes.

Su material predilecto es la madera de colorín, una de las más ligeras una vez seca. Para obtenerla procura no talar: trabaja principalmente con árboles caídos o con piezas que las familias desechan al construir sus casas. Cada fragmento tiene un uso posible; incluso los recortes se convierten en cuernos, orejas y detalles para máscaras de diablo, muy populares durante el carnaval. Su pieza más grande ha alcanzado los 60 centímetros.
El tiempo de elaboración depende de la complejidad del diseño. Una máscara sencilla puede tallarse en unas dos horas, mientras que las más elaboradas requieren hasta un día solo para darles forma. El resto del proceso lijado, pulido y pintura puede llevar una semana. “Lo más tardado es el lijado”, explica Miguel, quien trabaja con esmaltes para lograr acabados nítidos y duraderos.

Su talento ha trascendido la región. Este año representó a Hidalgo por cuarta ocasión en el Festival Internacional de Máscaras Danzantes, considerado el encuentro más importante de su tipo en México. Sus piezas, que van desde los 800 o mil pesos en modelos básicos, pueden alcanzar precios de hasta 7 mil 500 en trabajos especiales.
Pese a ello, la competencia con las máscaras de plástico afecta directamente a artesanos como él. La preferencia por productos industriales ha reducido la demanda y, con ella, la valoración del trabajo manual. “Regatean o comparan el precio con algo fabricado. Pero una máscara de madera lleva tiempo, lijas, pintura, la compra de la madera y también el pago a los ayudantes”, señala.
Aun así, Miguel mantiene firme su propósito: preservar la originalidad y la tradición huasteca. Por eso invita al público a consumir artesanía auténtica y, al mismo tiempo, a los jóvenes a aprender el oficio. Su taller en Axihuiyo tiene las puertas abiertas para quienes deseen intentarlo. “Solo se necesitan ganas”, afirma. Los materiales básicos son sencillos cúteres, cuchillos, formones, pero lo indispensable, dice, es la creatividad.

“Volvería a elegir esta profesión, claro que sí. Empecé sin querer queriendo, pero aquí estamos”, expresa con orgullo el único artesano de máscaras tanto en su familia como en su comunidad.

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