Víctor Butanda López asegura que “la vida hay que aprenderla y disfrutarla como viene”. Por más de 30 años se desempeñó como minero y desde hace 22 trabaja como lustrador de calzado en Plaza Juárez, en la capital hidalguense.
Los aseadores de calzado o “boleros”, como son conocidos, es un oficio tradicional que se remonta al México de los años 30 y 40; en el centro de Pachuca es sencillo ubicar las clásicas sillas adecuadas a la espera de clientes.
En las inmediaciones de Palacio de Gobierno, entre cremas, tintas, cepillos y brochas, con su bata y marcas en las manos que delatan experiencia se ubica Víctor Butanda, quien comparte para La Jornada Hidalgo algunas anécdotas que entre boleadas crea con cada cliente en el día a día.
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Él fue minero, trabajó durante 34 años en San Juan, pero al concluir su tiempo como trabajador en la mina decidió aprender el oficio de aseador de calzado con el apoyo y enseñanza de un hermano mayor.
“Desde que era minero me acostumbré a levantarme temprano para irme a la ‘chamba’, ese hábito no cambió con el tiempo. Empezar como bolero no fue tan complicado porque yo veía a mi hermano hacerlo, compré lo necesario y de un momento a otro comencé”, recuerda.
Su jornada inicia a partir de las 8 de la mañana y concluye entre las 14:00 y 15:00 horas, para destinar su tarde en hacer la despensa de su hogar y acompañar a su esposa en algunas actividades en casa.
“Aquí llegan personas de todas las edades, estudiantes, oficinistas, policías, hombres y mujeres por igual, aunque suelen ser más cuidadosas con el calzado las mujeres, hay veces en el día que llegan tres o cuatro, porque hay a quienes les da pena”, afirma dando brillo a las botas de su cliente.
A pesar de que los costos han ido en aumento, desde los 15 a 25 pesos por boleada según el tarjetón otorgado por la Unión de Aseadores de Calzado de Pachuca Hidalgo A. C., sigue conservando a sus clientes.
“Es imposible decir una cantidad, hay días que solo tengo tres boleadas y otros pueden ser siete u ocho, es muy variado, lo que importa es que sí hay trabajo; ya cuando hago cuatro o cinco boleadas ya me llevo a casa 125 pesos, que son muy buenos… la chamba está bien aquí”.
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Con seguridad afirma que le gusta su trabajo, ya que es un oficio noble a pesar de tener experiencias no tan buenas con sus clientes, confiesa entre carcajadas.
“Una ocasión llegó un señor que me pidió bolearle los zapatos, el problema fue que, al momento de pagar, a las 8:30 de la mañana, me dio un billete de 500, bueno… estuvimos discutiendo y total que le pedí que se fuera, ya no le pedía ni un quinto, pero no quería, fue muy incómodo”.
Contrariamente, trae al presente la memoria de otro cliente quien le pagó con un billete de la misma denominación y no regresó por su cambio… “por varios días lo esperé, pero ya no regresó, fue una boleada de 500 pesos”.
Durante el periodo de contingencia por pandemia, asegura no fue un tiempo de estrechez económica, ya que cuenta con la pensión y apoyos que le permite proveer su hogar.
“Mis hijos me dicen que ya no venga a trabajar, pero esa es mi fobia. A mí me gusta estar activo, creo que, si dejara de trabajar, me enfermaría. Voy para 81 años y tengo claro que hay que cuidar el cuerpo, diario, antes de venir a trabajar, hago ejercicios y si Dios me permite, continuaré jugando beisbol, ese es el deporte que he practicado desde hace 56 años”.
Diariamente su silla de trabajo se ubica a un costado del Palacio de Gobierno y, si hay eventos culturales, artísticos o que requieran el espacio completo, don Víctor se o ubica cerca del kiosco de 8:00 a 15:00 horas.
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