Gobernadora

Desde las pasadas elecciones a la gubernatura ya se empezaban a escuchar voces que exigen que la próxima candidatura sea para una mujer, evidentemente como un eco de lo que las elecciones presidenciales y la victoria de Claudia Sheinbaum simbolizan en nuestro país.

Hace algunos años, se hicieron una serie de reformas para lograr empatar en tiempos el mayor número de procesos electorales para eficientar los recursos. Por ello en las elecciones de 2028 se acordó que el periodo gubernamental será solo de dos años.

Esto ha generado una serie de posturas que solicitan que, más que garantizar que las siguientes elecciones los partidos estén obligados a postular a mujeres, se garantice que esto suceda en 2030 para dar la oportunidad a una mujer de gobernar en un tiempo igual que el que los hombres históricamente han tenido, ya que dos años son insuficientes para una persona, independientemente de su género, para lograr impacto y resultados.

Coincido en que, si se va a hacer uso de este tipo de mecanismos para garantizar una elección de mujeres como una medida para saldar la deuda histórica de representación política, es fundamental que sea para el periodo gubernamental de seis años y no el periodo de transición de dos años y la persona que llegue a la gubernatura tenga una oportunidad real de ejercer el cargo en igualdad de condiciones.

No obstante, hay que recordar que el género no garantiza que la persona tenga capacidad de gobernar un estado; que en el futuro no se quede la idea de que una elección es de hombres y otra de mujeres, sino que el camino permita que la diversidad de personas ―indígenas, con discapacidad, LGBTIQ+, afro, entre otras― tengan las mismas oportunidades dentro de sus partidos para contender por los puestos de representación popular por sus capacidades políticas y no porque se encuentran obligados.

Ese tiene que ser el objetivo, transformar de forma radical a la política y no solo quedar bien con una agenda.

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