Gabriel Orozco, Marcel Duchamp y la provocación

Quien no sepa ver la belleza de un urinario de porcelana convertido en una obra de arte muy probablemente nada tenga que hacer en Politécnico Nacional, la vasta exposición del artista mexicano Gabriel Orozco, que actualmente se exhibe en el Museo Jumex de la Ciudad de México.

Evocar a Fuente, aquel magnífico y severo punto de inflexión para el arte moderno, firmada en 1917, de parte de un Marcel Duchamp convertido en R. Mutt, tiene mucha conexión con los principios e intenciones de un artista del tiempo presente que hace suyo aquel afán provocador.

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Duchamp (1887-1968) llenó de poesía objetual al surrealismo y antes que otra cosa era un pensador disciplinado e innovador; tenía de su lado la razón entera cuando expresó: “El arte es una función del espíritu y no una función de la mano”.

Pienso en ello ante la decisión de colocar a su famosa Caja de zapatos vacía en el suelo del Museo -ni siquiera se recurrió a una sencilla base-. Se corre el riesgo de que alguien la pise o le de un puntapié -con o sin intención-.

Duchamp hizo de un urinario una obra de arte; Orozco hizo de una simple caja un obra de arte. Ambos recurrieron a un juego taxonómico y epistemológico que da sentido al ejercicio artístico.

En la Bienal de Venecia aquella caja vacía provoco furor y polémica; mucho se ha escrito sobre ella, su discurso y repercusión. Durante mi recorrido ni siquiera palpé cierto desconcierto entre los espectadores. ¿Será que se trata de un gesto que ya ha sido asimilado por el gran público?

Encontré muchos rostros jóvenes e incluso niños, pero escasa reacción… ¿Quizá la museografía erró en el sitio elegido? ¿La propia pieza llama poco la atención? ¿Hay pocas mentes allí preguntándose por ese objeto de cartón tendido en el suelo al que se considera arte?

Siempre que se acude a la obra de Gabriel Orozco hay que tener en cuenta 3 cosas: 1)su reflexión constante; 2)su capacidad de observación; y 3)un refinado sentido del humor.

Es por ello que Politécnico Nacional va mucho más allá de la Caja de zapatos vacía, en su vuelta a México presenta más de 300 piezas que van de otro esqueleto de ballena (similar al de la Biblioteca Vasconselos) a las técnicas mixtas que intervienen afiches e incorporan figuras geométricas para -una vez más- resignificar los elementos con los que trabaja.

Hace casi 20 años que Orozco no exponía en México y ahora lo hace con el respaldo de una trayectoria que lo consolida como un artista mexicano de clase mundial. La exposición cuenta con una curaduría de Briony Fer, a partir de la cuál se hace hincapié en que: “Orozco desarrolló su método de trabajo a principios de los años noventa, seleccionando materiales locales y accesibles, a menudo encontrados o prefabricados para realizar esculturas y fotografías espontáneas. Estos hallazgos fortuitos permitieron que su obra se dejara permear por el lugar en donde era creada”.

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Allí están el skyline neyoquino reproducido en miniatura con basura encontrada in situ, el Citroën recortado y rearmado, además de la mesa de ping-pong jardinera -instalada en el patio frontal del Museo-, entre otras tantas instalaciones y series icónicas.

Quiero creer que Gabriel Orozco sigue siendo un provocador… un heredero de Duchamp, aunque la actualidad me demuestre que la provocación ya es otra cosa y esté en otro lugar.

MHO


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