DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Entre la estupidez y la inteligencia

En general, las personas que creen que son muy listas son estúpidas. Las personas que son muy listas dudan tanto de lo que piensan que parecen estúpidas. Quien es un imbécil como no tiene mayor paradigma para considerar mayor inteligencia de la que es posible, de la que es capaz de imaginar, considera que es muy listo. Es decir, si mis parámetros para medir inteligencia son muy reducidos yo voy a creer que soy un genio. En cambio, si fuera moderadamente listo, tendría una ventana para ver las posibilidades de la inteligencia. Y bueno, a lo mejor soy un imbécil; esto que dijo Fausto Alzati es una interpretación del efecto Dunning-Kruger, que es un fenómeno psicológico según el cual las personas con escaso conocimiento tienden sistemáticamente a pensar que saben mucho más de lo que saben y a considerarse más inteligentes que otras personas más preparadas, debido a que su propia incompetencia les dificulta reconocer sus errores y evaluar la competencia de los demás. 

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En la Apología, la versión idealizada de la defensa que hizo Platón de Sócrates en el juicio a éste, encontramos: “Este hombre, por una parte, cree que sabe algo a pesar de no saber nada. Por otra, yo, igualmente ignorante, no creo saber algo”. Esta es la frase a partir de la cual se produce el salto, lógicamente falaz, del “no creo saber algo” al “no sé nada”. El autor no dice que no sepa algo sino que no puede, que nadie puede, saber con absoluta certeza, pero que puede tener confianza acerca del conocimiento de ciertas cosas (por ejemplo, de que el otro no sabe nada). Como es obvio, esta conclusión no la extraemos de esta frase aislada sino sobre el análisis del conjunto de la obra sobre Sócrates que han realizado varios autores. Vemos pues que la ignorancia o, mejor, su admisión, no es una resultante sino un punto de partida para el conocimiento”.

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Claudio M. Cipolla publicó un libro llamado “Allegro ma non troppo”, según Gadea Fitera, en él se nos desgrana un ensayo magnífico sobre la estupidez humana. Sus leyes fundamentales son ejemplo de brillantez. Partiendo de que subestimamos el número de estúpidos que nos circundan y su potencial nocivo, es un costoso error asociarse con ellos. Estos causan daño ajeno sin obtener provecho para sí mismos y son los más peligrosos. A parte de los incautos, los estúpidos, los inteligentes y los malvados, Cipolla cita a los súper estúpidos: los que con sus acciones perjudican a los demás y a sí mismos”. Otro autor que ha abundado en el tema es Leonardo Ferrari, quien escribió el ya celebre texto: “Nunca discutas con un tonto”, y en el que afirma, vuelvo a citar a Fitera, que “es cierto que todos hacemos estupideces a veces y tratamos con gente que las hace continuamente, por ello hay que aprender a detectar la estupidez ajena para no reproducirla y alejarnos lo más posible de ella. Santo Tomás de Aquino decía que “los tontos son legión”; Erasmo de Rotterdam que “la estulticia es la reina del orbe”, sin embargo, estamos tan obnubilados por la inmediatez que incluso no podríamos reconocer y reconocernos como participes del efecto Dunning-Kruger. 


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