Acudí a votar por primera vez a los 20 años de edad, en 1970, siendo estudiante de la carrera de Sociología. No voté por Luis Echeverría. Anulé mi voto. Fue, según yo, una decisión meditada, de romántica rebeldía, de simbólica protesta contra el mentado Sistema (porque en la segunda mitad de la década de los sesenta y la primera de los setenta, el Sistema era uno de los demonios conceptuales favoritos de quienes queríamos ser investigadores sociales). De nada sirvió mi voto nulo.
Volví a hacerlo un sexenio más tarde, aún convencido, cuantimás porque no hubo opositor al oficial José López Portillo (la “contienda” fue de un solo candidato). Pensé entonces que por tal razón serían cuantiosos los votos anulados, en una suerte de contagio colectivo, aunque su número no bastara para anular por completo el proceso electoral. Pero no pintaron (creo que ni siquiera se contabilizaron). Otra vez: de nada sirvió mi voto nulo.
El terco de mí no varió de postura en la siguiente votación, cuando estuvo en juego Miguel de la Madrid. Hice una excepción en la de 1988, aquella traumática elección que, gracias a Dios-Bartlett con su providencialmente provocada caída del sistema, eliminó a Cuauhtémoc Cárdenas, el único candidato por quien confieso sí haber votado alguna vez. Pero, huelga decirlo, de nada sirvió mi voto. Y las restantes elecciones son la misma historia: volver a anular, volver a servir esto para nada.
Creo estar lejos de la actitud de un contreras, porque en tal caso sería más fácil irme por la comodidad del abstencionismo y en esta hamaca jamás me he mecido. La llamaría (o si se quiere, la pretextaría como) una insurrección de conciencia, una cívica insubordinación, ambas muy personales, aunque a final de cuentas no trasciendan a lo social. Nomás por mis pruritos de congruencia entre el pensar y el actuar, aunque mis votos nulos hayan terminado por ser meras rayas en el agua, simples fuegos fatuos, burlados espejismos.
Más de medio siglo después de mi inicial ejercicio votante, no he claudicado a los principios que me aferran a esta ética. Sigo en la necia de que protestar mediante un voto anulado ex profeso es una postura políticamente válida y hasta necesaria en algunos casos. Sin embargo, tengo claro que el panorama actual es distinto. Hoy, pues, 2 de junio de 2024, tomaré otra forma de manifestar mi repetida protesta sexenal. De nueva cuenta, por supuesto, será a contracorriente. Cuestión ahora de equivalencias, estrategias y coyunturas. Cuestión también de a quién mande yo un mensaje con mi voto de este día. Será mi derecho a ejercer el poder del tache… y un tache al poder.
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