De 1964 a 1988 todo el país se tiñó de rojo en la geografía política de México. En 1989, sólo un estado de la república era de color azul. Diez años después, en el año 2000, cinco entidades fueron cubiertas por el color amarillo y cinco más por el color azul. Para 2010, un color se agregó al mapa y seis estados eran azules, cuatro amarillos y uno naranja. En 2012 se incorporó el color verde al mismo mapa y para 2015 un estado se iluminó de independiente. En 2018 todo cambió, llegó el color guinda a tres estados de la república y la alternancia de izquierda se consumó en la federación.
Desde la primera alternancia estatal en 1989 hasta hoy, 31 de los 32 estados de la república han cambiado de partido en el poder. El PRI pasó de gobernar en toda la república a sólo hacerlo en dos entidades. En 2023, 23 estados tienen gobierno de la transformación. Este recuento sirve para recordarnos que la consolidación de un proyecto alternativo de nación no inició en 2018, sino que lleva detrás el espíritu de cambio de tres generaciones de luchadores sociales que han alzado la voz para proponer un modelo diferente de política pública.
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A cinco años del triunfo del compañero presidente, Andrés Manuel López Obrador, existen muchas cosas que observamos. La primera es que nadie estaba preparado para el triunfo de AMLO. En un principio de la actual administración pública federal, no existían los cuadros suficientes para hacer frente a los perfiles especializados que reclamó el trabajo cotidiano. La segunda, pero no menos importante, es el encontronazo que significó hacer caminar al “elefante reumático”; descubrir, que el entramado jurídico-administrativo es una telaraña donde quedar atrapado es más común de lo que pareciera. La tercera es que aún en este gran infierno de la administración pública, viven hombres y mujeres buenos, preparados y listos para aportar su experiencia y compromiso por hacer de México un país distinto. Además, a todo esto, hay que agregar la exigencia social de dar un resultado rápido y contundente que haga ver que el cambio prometido no es un anhelo, sino una realidad contundente.
Quizá, lo que ahora narro es también una instantánea de lo que están experimentando las entidades que se encaminan día a día a sentar las bases de la transformación, como lo es Hidalgo, donde aún ahora que otra realidad comienza a percibirse, existen voces que todavía cuestionan el porqué no termina de cambiar todo.
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Ayer se cumplieron cinco años del triunfo democrático de una lucha que inició en la disidencia y se consolida en la reestructuración de un aparato gubernamental que va cambiado las leyes, la política, el trato de los políticos con la gente y hasta la forma de vestir de los funcionarios públicos. A un año de que concluya su encargo el presidente, existe un barco tricolor hundiéndose, con una tripulación que brinca intentando no ahogarse. Y pervive también una gran efervescencia por quién sucederá al presidente.
A un año de que AMLO deje el cargo, los funcionarios caminan por el territorio haciendo cada vez menos horas en el escritorio. Se entregan directamente las becas, las pensiones, los apoyos; se privilegia la atención a la gente. Se piensa en otro México. Y en nuestra querida tierra, las rutas de la transformación avanzan y nosotros con ellas.
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