A compás de mi morriña

Cumplir 73 otoños de vida me lleva a múltiples reflexiones. Qué quise ser, qué fui, qué soy, qué me falta, qué quiero todavía. Para evitar la angustia, desecho de mi mente el qué (sobre todo el cuánto) alcanzaré a lograr. Rehúyo de la inacción, sigo en movimiento, evito a toda costa afodongarme. Sumo, no resto; multiplico, no divido. Voy, vengo, estoy. La andanza, además de física, mental, es mi antibiótico contra la abulia. 

Me refugio en los libros: el lectófilo de tiempo completo. Me escudo en la voz parlante: el microfonero reacio a jubilarse. Me protejo en el texto escrito: el escribano convencido de la pluma como arma expresiva. Me distiendo en la música: el melómano fiel a la terapia de los sonidos rítmicos y armónicos. Me evado en la geografía: el patadeperro que considera su cómplice al paisaje —sierra, montaña, barranca, llanura, playa. Me consuelo en la palabra: el malabarista travieso, burlón, a ratos iconoclasta, del lenguaje. 

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La vocación por la cultura es principio motriz de mi existencia. También, por desgracia, fuente de más de una frustración o desencanto. Cuántas veces no he llorado ante la pérdida absoluta o la tergiversación definitiva de un bien patrimonial. Cuántas otras no he maldecido entre dientes a quienes hacen de la cultura una mercancía, un trampolín político, una pose convenenciera. Cuántas más no he sido víctima de invitaciones a contribuir en algo cultural con mis ideas y experiencia, invitaciones que creí sinceras pero cuyos convocantes sólo buscaban manipularme o ampararse en mi nombre como aval. 

¿Evocación? ¿Añoranza? ¿Nostalgia?… Nada gano con ocultarlo: sí, padezco de ellas. Les doy la bienvenida cuando me asalta la búsqueda de un para qué continuar. No son un fin en sí mismas sino vehículo de subsistencia, salvavidas, oasis. Muchas veces incluso han sido pretexto temático para tejer programas de radio, artículos, libros, conferencias, paliques en mesas redondas. Se dejan ver hasta en mi charla cotidiana, me dice no poca gente. En vez de reñirlas o mandarlas al exilio, mejor aprendí desde hace tiempo a verlas como mis cuatachas. Acaso les debo el mantenerme firme y de pie. 

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Meditar es el ejercicio que me permito en días conmemorativos como éste. Compartirlo en un Vozquetinta rebasa el simple y egoísta desahogo. ¡Ay, esa crítica, punzante, a la vez motivadora, obsesión que tengo por la trascendencia!