Es muy conocido que, en la filosofía asiática, el orden y el caos no son fuerzas mutuamente excluyentes, sino aspectos complementarios que coexisten e interactúan constantemente. A diferencia de la tradición occidental, que a menudo contrapone el caos como una fuerza negativa al orden divino, la cosmología asiática los considera como elementos duales que se interrelacionan para crear la armonía del universo.
Ya en el Tao Te Ching, el texto fundamental del taoísmo, se manifiesta que existe un “caos primigenio” o proto-orden, del cual surge toda la existencia. A diferencia de la visión occidental, este caos no es un vacío carente de significado, sino una potencia indiferenciada y fundamental que da lugar a la complejidad del mundo.
En este texto central del taoísmo se enseña a sus discípulos a vivir en armonía con el Tao, el camino o la energía cósmica que origina y rige todo el universo. En él se propone vivir con sencillez, desapego, pacifismo y la “no acción” (Wu Wei), que significa actuar sin esfuerzo, fluyendo con las circunstancias. En su objetivo primordial, podemos entender que el libro rechaza el exceso de riqueza, fama y las intenciones humanas que generan sufrimiento.
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Todo lo que sucede es parte del Tao y cada ser humano debe buscar el “camino” en su interior. El taoísmo nos dice que la causa de la miseria humana radica en una serie de cosas artificiales. Para ser felices, debemos volver al estado de la naturaleza, hacer a un lado todo lo hecho por nosotros y predicar que ese estado natural es el camino hacia la verdadera felicidad. Esta visión del taoísmo, al hablar de la naturaleza humana, puede ser similar al confucianismo; sin embargo, mientras que el confucianismo busca encontrar la naturaleza humana a través del esfuerzo humano y el poder del estudio, el taoísmo busca encontrar la naturaleza humana eliminando cosas artificiales.
Sin embargo, vivimos en los tiempos del cultivo de lo efímero, la aceleración del cambio que dura el instante encapsulado en pantallas hasta el siguiente scrol, las tendencias, las tecnologías, donde lo nuevo y lo inestable priman y desaparecen velozmente.
La inmediata caducidad de la cultura digital con contenidos que se disuelven rápidamente. La tecnología y la experiencia fugaz de la vida moderna, con su comida instantánea y los eventos prefabricados, diseñados para “vivir la experiencia” y alimentar el olvido, son ejemplos claros de la naturaleza nictémera que nos rodea.
Ante ello, coincido plenamente con Víctor Frankl, quien en su pensamiento ahondaba sobre asumir la naturaleza efímera de la existencia al enfocar la vida en la búsqueda de un sentido personal, que puede hallarse en la creación de obras, la experiencia de algo bello o la actitud ante el sufrimiento, transformando la finitud en una fuerza que nos impulsa a vivir de manera más consciente, creativa y responsable, en lugar de sucumbir al vacío existencial. Pues no me queda duda que por más que uno deseara que no pasara, todos los días son otro día, otra posibilidad.
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