La paradoja de la izquierda: entre la representación y la desmovilización

Por Dino Madrid

Los partidos de izquierda, cuando logran conquistar espacios de representación política, suelen enfrentarse a un fenómeno que, lejos de ser anecdótico, representa una amenaza para el proyecto histórico que representan: la pérdida de su militancia. El triunfo electoral, que debería traducirse en la consolidación de las bases y el fortalecimiento del partido como instrumento de transformación, en muchas ocasiones provoca un efecto contrario: la desmovilización y la fragmentación de la militancia que, en esencia, es el corazón y el motor de cualquier proyecto político, más aún cuando de izquierda hablamos.

Esta situación responde a una contradicción estructural. Por un lado, pocos militantes son quienes llegan a ocupar los espacios de representación política. Estos espacios, por su propia naturaleza, son limitados y no pueden contener a la totalidad de la base militante, por lo que una parte significativa del activismo queda excluido de los beneficios inmediatos que otorga la representación. La militancia, que durante años entregó tiempo, organización y energía al proyecto, se ve relegada y, en ocasiones, traicionada por las lógicas cupulares que priorizan a unos cuantos por encima del colectivo. La consecuencia es inevitable: desilusión, resentimiento y una retirada progresiva de las filas militantes.

Por otro lado, el éxito electoral también genera una percepción equivocada entre algunos sectores: la idea de que no es necesario militar para acceder a los espacios de representación. El acceso a cargos públicos se percibe como una cuestión de oportunidad personal, más que como un resultado del esfuerzo y organización colectiva. Esta dinámica desdibuja el sentido de la militancia como una herramienta para la construcción de un proyecto de mayoría y la reemplaza con una visión individualista y clientelar. El partido, entonces, corre el riesgo de convertirse en una simple maquinaria electoral, desconectada de su base social y de los principios que le dieron origen.

Frente a este escenario, fortalecer y formar a la militancia se vuelve una tarea imprescindible para la izquierda. No basta con ganar elecciones si no se garantiza un proceso de formación política que empodere a las bases, les dote de herramientas teóricas y prácticas y las prepare para la pugna de los espacios de representación. La izquierda no puede renunciar a su carácter movilizador ni a su compromiso con la organización popular. Al contrario, debe entender que su verdadera fortaleza radica en su militancia y que el poder institucional sólo será efectivo si está respaldado por un movimiento sólido, consciente y permanentemente activo.

La formación política es, entonces, la clave para romper esta paradoja. Es necesario construir cuadros políticos que no sólo aspiren a representar, sino que comprendan la responsabilidad histórica de transformar las estructuras de poder. Es imprescindible devolverle a la militancia su sentido de pertenencia y de protagonismo en el proceso político. De lo contrario, los partidos de izquierda corren el riesgo de convertirse en lo que tanto critican: organizaciones vacías, desvinculadas de las luchas populares y destinadas a la irrelevancia.

Ganar elecciones es solo el principio; sostener un proyecto de izquierda requiere el fortalecimiento permanente de la militancia. La verdadera transformación no ocurre en los salones del poder, sino en las calles, en las colonias, en las comunidades y en la organización colectiva. Es allí donde la izquierda debe mirar y es allí donde debe volver cada vez que conquista un espacio de representación. Solo así evitará que el poder se convierta en un fin en sí mismo y logrará ser, como siempre ha debido ser, una herramienta para la emancipación del pueblo.


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