Demandante y muy realista, así fue la escenificación de la pasión y muerte de Jesús que se realizó en el barrio de Las Lajas, al norte de la ciudad de Pachuca, durante el viernes santo.
A las 11:30 de la mañana en el lugar denominado el foro, inició la representación del juicio a Jesús, en este espacio del callejón Primero de Mayo que fue convertido en un sanedrín donde se escenificaron las últimas horas de Jesucristo.
El ruido de cadenas golpeando en el metal y soldados romanos arrastrando y maltratando a Jesús, a quien le dieron innumerables azotes, fue la escena que irrumpió cerca del mediodía en Las Lajas, en medio del griterio de los soldados que pedían el castigo de muerte a Jesús.
El numeroso público vecino del populoso barrio, presenciaba soportando el inclemente rayo del sol el primer diálogo de Jesús con Poncio Pilatos, que después lo envió ante Herodes al considerarlo inocente.
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Entre vejaciones e insultos, fue presentado ante Herodes, que resolvió devolverlo a Pilatos con 40 azotes de castigo. Antes de presentarlo nuevamente, Jesús fue escupido, vejado, golpeado y maltratado, coronado con espinas y azotado.
Enseguida, se representó el pasaje en que Poncio Pilatos libera a Barrabás y se lava las manos y culpa a los judíos de la sangre del inocente al que se condenó a la crucifixión. A rastras, fue llevado el Jesús de Las Lajas junto con Dimas y Gestas a la calle de Mariano Escobedo, en donde se preparó la cruz para cargarla y los maderos que deberían cargar el par de ladrones.
Antes de iniciar el ascenso, quien representa a Jesús en esta escenificación de Las Lajas, hizo una pausa. Arrodillado, esperaba qué se prepararan a los ladrones que cargaron los pesados maderos sobre sus espaldas, mientras dos pequeñas niñas estaban frente a él y una de ellas le regaló un tierno beso en la frente, como consuelo al extenuante papel que representó en este viacrucis.
Y cargó la pesada cruz de 142 kilos para comenzar el ascenso al cerro de El Lobo, pasando por las calles de Mariano Escobedo y el callejón del mismo nombre, doblando hacia arriba para iniciar la subida al cerro, en medio de la gente que buscaba una foto, que buscaba ver, que buscaba ser parte de esta conmemoración, intensa expresión de su fe.
Una rampa y un desnivel dificultaron al Cristo de Las Lajas pasar de la calle hacia la ladera del cerro, en donde comienza la vereda para ascender al paraje donde iba a ser crucificado.
Los soldados romanos ordenaban a la gente que se abriera, que hiciera espacio, pero eran desoídos por la multitud que quería acercarse, así que tuvieron que empujarla o hacer una valla de soldados para hacer espacio.
Ya en la vereda que asciende al cerro de El Lobo, también los soldados romanos batallaban con la gente, pues le pedían que apresurara el paso, pero se encontraron con el pesado deporte nacional de estorbar, ya que la marcha era pesada, porque algunos se detenían a comprar en el camino, o bien los niños pequeños se detenían a jugar, o porque simplemente a alguien se le ocurría hacer una pausa para descansar, alentando el paso del Cristo de Las Lajas, así como de Simón de Cirene, quien ayudó a cargar la cruz antes de llegar a una de las caídas que se escenificaron cerca de la cancha Miguel Calero.
La columna avanzaba también con la presencia de muchos niños, a quiénes sus padres han traído para ser partícipes de esta tradición. Algunos son niños de brazos, ni siquiera el año alcanzan y uno se pregunta si valdrá la pena que estén aquí, o deberían esperar a que estén más grandes para hacerlos participes de esta procesión, en un viacrucis más bien investido por la religiosidad de la gente, pero con poca espiritualidad de la mayoría de los asistentes.
Por tradición, convivencia o por fe, se mueven alrededor de la escenificación, los impulsa a involucrarse de este viacrucis, para recordar a aquel hombre que murió en la cruz por el perdón de los pecados de todos.
El Jesús de Las Lajas, la comitiva de romanos, el séquito que acompaña a Cristo en sus últimas horas avanza pesadamente en su ascenso por la vereda llena de lajas de color de la tierra, rosa y turquesa quedan nombre precisamente al barrio que da vida a esta pasión y muerte de Jesús.
Mientras avanza, entre la muchedumbre lentamente aparecen toda clase de vendedores ambulantes, nieves, bolis, chicharrones, papas, aguas, paletas, todo lo que ayuda a paliar el pesado ascenso y el terrible calorón, donde había mucha gente que ni siquiera respetaba la sana distancia ni utilizaba las medidas de bioseguridad.
Una, dos, tres caídas y el Cristo de Las Lajas luces extenuado. Hay cansancio, pero la fe es más grande para llevar a término está que su sexta y quizá última representación del vecino encarnando el papel de Jesús.
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Entre empujones y amotinamientos, los soldados romanos siguen clamando a la gente que se haga atrás, que abra espacio. Por fin llegan al lugar donde una vista espectacular de la ciudad de Pachuca espera al Jesús de Las Lajas y a los dos ladrones Dimas y Gestas que serán crucificados teniendo de fondo el centro de Pachuca que se ve imponente detrás de los crucificados.
Finalmente, Cristo es elevado en la cruz, donde otorga el perdón a Dimas quien además le pide los recuerde en su reino. Enseguida, pide agua, le dan vinagre, Jesús pide perdón para todos, da su último aliento. Jesús es bajado de la Cruz, al igual que los extenuados ladrones quiénes se recuperan, toman respiro y después el Jesús lánguido es trasladado en un sudario a una cueva para aguardar el momento de la resurrección, en está puesta en escena de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret que llegó a su edición número 43 en el pachuqueño barrio de Las Lajas y que tuvo la asistencia de aproximadamente 10 mil personas.
Viacrucis en El Arbolito
Escenas similares se vivieron en el Barrio de El Arbolito, donde a mediodía se llevó a cabo el juicio a Jesús en el Sanedrín habilitado en el edificio de la tienda Casa Martínez, en el inicio de la calle de Galeana.
Tras su juicio, los centuriones acompañaron a Jesús en su cuesta arriba por calles de El Arbolito, hasta el paraje donde fue crucificado, en medio de un atiborrado Barrio de El Arbolito que se volcó en las calles para observar de nuevo la tradición que hace 53 años iniciara don Enrique Pichardo Ramírez, quien ya lleva más de medio siglo siendo el centinela de este viacrucis, preservando junto con su familia esta tradición que ya es no solo de su barrio, sino de todo Pachuca.
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