Se apaga Hidalgo Radio. Alguien (dejémoslo así: alguien) cometió el error (dejémoslo así: error) de no tramitar a tiempo ante la instancia correspondiente la renovación de los permisos. Vencido el plazo, no hubo vuelta de hoja. Sin remedio, el 28 de noviembre de 2022 saldrán del aire nada menos que diez estaciones permisionadas en nuestro estado. Por ignorancia, por olvido, por omisión, para no decir que por mera dejadez. Una pifia administrativa que todos pagaremos, tanto aquí como en las entidades vecinas donde tenían cobertura.
¿Qué será del auditorio urbano y, sobre todo, rural tras un apagón de tal naturaleza? ¿En qué otro medio se informarán aquellas comunidades marginadas para las que el internet sigue siendo un espejismo, un sueño irrealizable o, en el mejor de los casos, una veleidosa, caprichuda eventualidad (me consta que, en varios pueblos serranos y huastecos, ni siquiera en los alrededores del palacio municipal hay buena señal internética, ésta se interrumpe a cada rato o desaparece durante horas y aun días si ocurren cambios climáticos fuertes)?
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Cuando fui director de Hidalgo Radio en 1999 ratifiqué la importancia de las antaño llamadas ondas hertzianas como vínculo comunicativo. Las entonces nueve emisoras fuimos el enlace (en algunos casos, el único enlace) para avisar a la comunidad lo que iba sucediendo y las medidas de protección que debían tomar ante la feroz tormenta que asolaba a la sierra hidalguense-poblano-veracruzana en aquellos primeros días de octubre.
Recuerdo de modo particular la conversación telefónica que sostuve desde Pachuca con el gerente de la estación de San Bartolo Tutotepec, Me informó que la carretera principal y la mayoría de los caminos de la zona estaban cortados y que, por falta de energía eléctrica, no disponíamos de señal radiofónica. “Si lo primero es grave, René”, le dije, “lo segundo es peor. Haz lo imposible por conseguir una pequeña planta de luz y ponla a funcionar a como dé lugar. La gente no puede quedarse sin oír la radio, pues en ella tal vez se cifra su supervivencia”. Por fortuna, dos o tres horas más tarde logró el cometido, aunque la trasmisión no alcanzara ni mil tristes watts de potencia.
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Hasta hoy, diez emisoras, diez. Dentro de un par de jornadas, diez hoyos negros, diez (y vayan ustedes a saber si alguna vez volverán a blanquearse)… Diez voces calladas. Diez epílogos lacrimosos. Diez colofones deprimentes… Un silencio sepulcral. Un éter perdido. Un vacío doloroso, desesperanzador, injusto…
Un Vozquetinta que —lo confieso sin rubor—me ha partido el alma haber escrito. Tal como suena. O para ser más preciso: como sonaba.