Alí Ahmad Said Esber, es el gran poeta sirio, mejor conocido como Adonis, afirmó sobre viajar que: “En el viaje, el espacio exterior no es más que un pretexto para ver el espacio interior y afirmar el yo, la individualidad, esa individualidad que anularon el Islam y las religiones monoteístas en general. Ver lo invisible es una condición esencial para ver mejor lo visible”.
Es curioso que lo que nombra el poeta asentado en Francia, también esté emparentado con lo que escribió otro francés, Antoine de Saint-Exupéry, cuando habla de que si somos capaces de modificar nuestra perspectiva, tal vez encontraremos que lo más vital pasa en el universo inmaterial y quizá, comprenderemos la afirmación de que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Montero Glez, escribió hace un tiempo en El País, que: “Martín Sotelo publicaba una entrada en su Facebook donde relacionaba el efecto placebo con uno de los ensayos de Montaigne (1533- 1592), donde el filósofo francés nos cuenta la historia del gato que acechaba a un pájaro. Cuando el gato le clavó los ojos, el pájaro “se dejó caer como muerto entre las patas del gato, bien trastornado por su propia imaginación”.
El poder de la autosugestión, o lo que es lo mismo, la falta de voluntad a la hora de guiarse por el miedo, hicieron caer al pájaro a las patas del gato. No fue víctima de la mirada del gato, sino de un proceso mental que tiene conexión directa con el efecto placebo, donde queda demostrado que la mente está separada del cuerpo por una línea de sombra imperceptible. Algo así vino a explicar en su día el médico inglés John Haygarth en su libro publicado en 1800, donde afirmaba que la imaginación era la causa y la cura de los desórdenes del cuerpo. En el citado estudio, Haygarth demostraría que la imaginación hace trampas y que puede ser tan curativa como un fármaco o tan perniciosa como una enfermedad”.
Pienso en esto, y en una historia que dice que Platón contaba que el remedio de Sócrates para la migraña era consumir una yerba a la que tenía que añadir ciertas palabras mágicas.
Regreso a las palabras de Glez, que ponen de manifiesto que “según Coué, la primera facultad del hombre no es la voluntad, sino la imaginación. Lo que sucede es que la mayoría de las veces, voluntad e imaginación entran en conflicto y, cuando esto ocurre, la fuerza dominante siempre es la de la imaginación. De esta manera, el “yo no puedo”, de la imaginación, predomina sobre el “yo quiero”, de la voluntad, y puede ocurrir lo que le pasó a Amasis, rey de Egipto, que se casó con una hermosa joven griega de la que no pudo disfrutar. Según Montaigne, el rey de Egipto se pensaba que la causa de su debilidad era cosa de brujería. Para poner remedio a su infortunio, ofreció rezos y promesas a Venus, restableciendo así su vigor para la noche siguiente”.
Y para reforzar mi aseveración pongo como úlimo ejemplo del poder transformador de la imaginación a los mantras, que aparecieron por primera vez en en el Rigveda (el texto más antiguo de la India, de mediados del segundo milenio antes de Cristo) que significaban “instrumento del pensamiento; oración, ruego, himno de adoración, palabra aplastante, canción”. Por lo tanto, creo que lo importante para los seres humanos es testificar la experiencia, nombrar lo que hemos sido, lo que hemos visto, lo que deseamos ser y queremos tener: vivir en y de la imaginación.
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