Expertos en los procesos evolutivos del ser humano afirman que nuestra especie inventó el lenguaje hace aproximadamente 70,000 años, con ello se profundizó la comunicación entre los grupos humanos y aumentó la capacidad de compartirse información. Al paso de miles de años fueron desarrollando el lenguaje simbólico, saborearon su capacidad para imaginar cosas inexistentes y crear ficciones que potenciaron su fantasía y creatividad.
Reflexionar sobre verdades, ficciones y posverdad nos lleva a intentar comprender como funciona nuestro sistema límbico, que es el centro de las emociones y nuestra corteza prefrontal que es la encargada del razonamiento. Solemos entender como verdad aquellos hechos que pueden demostrarse de manera racional, que son objetivos, que tienen una existencia verdadera y efectiva, aunque también es frecuente que muchas de “nuestras verdades” solo se sustenten en la certeza de que algo es aceptado por grandes grupos humanos. Las ficciones son invenciones, es la capacidad que tenemos para imaginar cosas que no existen y presentarlas como reales; la posverdad, en cambio, es una mezcla de ficciones y mentiras que falsifican la realidad, al estilo de Joseph Goebbels que afirmaba que “una mentira contada una vez sigue siendo una mentira, pero contada mil veces se convierte en una verdad”. Al parecer, los tres conceptos analizados han coexistido entre los humanos desde tiempos muy remotos.
Sin duda, el pensamiento abstracto ha jugado un papel definitivo en nuestra evolución. Las personas amamos las ficciones, nos fascinan los cuentos, mitos, leyendas, novelas y en general el pensamiento mágico. Pero lo anterior no es del todo negativo, gracias a nuestra capacidad para crear ficciones hemos llegado al momento actual, a nuestro tiempo. A lo largo de miles de años las ficciones compartidas nos han brindado un sentimiento de pertenencia y nos han motivado a colaborar con los otros para crear las estructuras tangibles e intangibles que nos facilitan la vida en común. Así, inventamos mitos, dioses, religiones, reinos, naciones, leyes, ideologías, modelos económicos y sociales, conceptos como libertad, democracia, derechos humanos y un largo etcétera. Entre mayor sea el número de personas que comparten la creencia en una ficción, mayor será también la tentación de considerarla como una verdad absoluta.
Todo lo anterior viene a cuento por el proceso electoral que estamos viviendo y que concluirá en tres días. Los tiempos extras se darán en los tribunales donde los votantes ya nada tenemos que hacer. Se nos ha dicho que estas elecciones son las más grandes de nuestra historia, en todo el país se elegirán 15 gubernaturas, mil 910 ayuntamientos, 500 diputados federales y 30 congresos estatales, es mucho lo que está en juego. Algunos nos piden que razonemos nuestros votos, que usemos el pensamiento crítico, que nos informemos de las propuestas de cada partido y actuemos en consecuencia, y sí, por supuesto que muchos electores harán su tarea para elegir lo que consideran la mejor opción, pero por otro lado, las maquinarias partidistas, los candidatos y sus publicistas saben muy bien que en el acto de votar las emociones suelen influir poderosamente, por eso recurren a todo tipo de mensajes emocionales dejando a un lado los datos duros, objetivos, medibles; se apela a las pasiones, se glorifican las llamadas convicciones, se juega con el miedo y la esperanza, las mentiras burdas, las difamaciones al contrario, las promesas imposibles de cumplir; las opiniones se convierten en verdades absolutas y a toda costa se busca tener un enemigo a quien combatir, como escribiera Nietzchhe: “los héroes necesitan una serpiente que se torne en dragón, de otro modo les faltará su enemigo legítimo”.
Acudamos a votar, valoremos las opciones con razón y pasión y sigamos fortaleciendo nuestra ficción democrática que con todos sus defectos y carencias nos ha servido como el cemento que nos une en la búsqueda incesante del bien común.
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