Antes de que surgieran los manuales de autoayuda, los coach de vida, la mentalidad fitness, los memes con frases de la “literatura de Paulo Cohelo” y todas esas nuevas religiones del ser excelente que guían al ser humano contemporáneo, existía ya la búsqueda de un ser supremo o algo que te guiara. Quizá por ello, entre las empresas más exitosas que han estado presentes desde el principio de la humanidad están los templos y los lupanares. El pensamiento y la carne.
El filósofo Ángel Gabilondo escribió que “La absoluta transparencia, tan necesaria, permite a la par acceder también a lo que, una vez transparente, nos confirma que no es traslúcido, y no siempre por ocultación. La claridad y la distinción no son solo un anhelo cartesiano. Deseamos, necesitamos, ver y entender. Y saber. Efectivamente, en ocasiones sería suficiente con una mayor transparencia y luminosidad. Sin embargo, a pesar de la más decidida voluntad, no pocas veces no es fácil que todo resulte claro, lo que no impide, antes bien exige, que haya de buscarse con insistencia. Sin embargo, ni siquiera siempre podría deberse a la opacidad. A plena luz del día, una cierta bruma, una niebla, una nubosidad, una distancia, o cierta perspectiva parecen complicarlo todo. Pero ello alienta más la determinación”. Esto es, buscamos la seguridad de un punto a donde dirigirnos.
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En la antigüedad, los faros servían para asegurar a los marineros que había un sitio en medio de la nada donde poder aparcar. Un lugar al que regresar para pisar firme, para tener seguridad de que la tierra aún les pertenecía. Un oasis donde abrevar nuevas esperanzas. Un sitio donde respirar tranquilos sin el problema de observar las profundidades de la nada. Y hacia allá se dirigían. De ellos aprendimos la búsqueda, la paciencia y el deseo de encontrar, de planear hasta tocar tierra.
Hemos fundado nuestra civilización sobre el principio la duda metódica, sin embargo, por herencia o por decisión, al sentir temor, o bien, cuando nos agobia algo, regresamos al faro de la divinidad para tranquilizarnos. Requerimos de la fe para sobrevivir. Pensamos en salir del fondo del túnel, encontrar un atisbo de luz para poder dilucidar lo que nos acontece. Desvanecer las sombras para poder tener orden. O como bien lo decía el grupo de pop de los 80´s, Menudo pedimos tener seguridad: “Ven claridad,/ llega ya, /amanece de una vez./Claridad,/por piedad mata sombras/Dame luz, /resplandor, libertad”.
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Pienso ahora, de nuevo en Gabilondo Pujol, específicamente en lo que decía sobre que “la vida es el permanente proceso de aprender a elegir, y a hacerlo argumentada y justificadamente en contextos no siempre ya perfilados. De ahí que la transparencia haya de ser asimismo la de los motivos de las acciones. Solo así la comunicación que alienta nuestras relaciones se sostiene en la tarea conjunta de ofrecer la máxima claridad, conscientes a su vez de que ello no elude las complicaciones de cada situación, ni ha de ser una coartada para la parálisis”.
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