La tierra de la gran promesa (Random House), obra de Juan Villoro, es un sueño, nostalgia, arte, fuego y el espejo del México que a pesar de los años continúa inmerso en la violencia, en la corrupción.
Pueden redactarse páginas sobre cada situación del texto de Villoro, de cómo influye el arte en la realidad y cómo esta distorsiona al arte, pero el clima de tensión que ha permeado en el país en los últimos meses provoca un giro para poner más atención en el personaje Diego González como documentalista, tal vez como periodista.
La historia se centra en González y su esposa, ambos cineastas que huyen de la violencia en México hacia Barcelona, una parte que, aclaró, fue un hecho autobiográfico.
Villoro responde con facilidad y revela que el título de su novela rinde tributo a la última película proyectada en la antigua Cineteca Nacional, en 1982, “La tierra de la gran promesa”, un filme de Andrzej Wajda, y es ahí donde comienza el libro, en ese incendio, el fuego que consume todo, como se ha consumido México.
“En La tierra de la gran promesa traté de que hubiera una mezcla de algunos de mis intereses. Por un lado, está el tema de la crónica del artículo político, de tratar de entender la realidad quebrada que hemos tenido en los últimos años y que ha sido una realidad muy violenta, pero más allá del periodismo quedan siempre misterios, zonas íntimas a las que no puede llegar el reportaje, a las que no puede llegar la crónica”.
“En todos los momentos políticos fuertes hay circunstancias que podemos conocer porque pertenecen al orden público, pero es difícil saber cuáles son los sueños rotos, las ilusiones fracturadas, las depresiones, las crisis sentimentales que aparecen en esos momentos. Entonces creo que ahí entra la novela, ahí entra la ficción”, describió.
Y va desarrollando el hilo conductor, se va despertando el interés por la vida, primero de un joven cineasta y después cómo lo ha vulnerado la situación de su profesión al buscar una noticia. Así da saltos de tiempo, de países y sentimientos.
“Por un lado, La tierra de la gran promesa tiene que ver con circunstancias reales, como el incendio de la Cineteca en 1982, que marca la vida de mi protagonista, y luego su trayectoria como cineasta y lo vemos en el año de 2014 en circunstancias bastante conocidas por el tema de la violencia, el narcotráfico, etcétera.
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“Pero lo que yo quería ver era cómo la vida íntima, sus sueños, sus relaciones amorosas, sus relaciones de amistad, todo tiene que ver con esta circunstancia. Creo que nos ha afectado mucho en lo más íntimo la violencia en los años recientes y La tierra de la gran promesa explora esta circunstancia”.
Un país incendiado, bajo el sello de la corrupción, un México que va perdiendo su magia y cada día, desde hace décadas choca con la realidad tan conflictiva. Y este estado de guerra y violencia afecta al protagonista, quien vive un sexenio de crisis como el de José López Portillo, hasta una época, 2014 donde él es la noticia.
En el caso de Diego González, el incendio de la Cineteca ocurre cuando él está estudiando cine y ve cómo se queman 6 mil cintas.
“Es como si te estuvieran diciendo que el oficio del cine no tiene futuro en este país, que todo va a arder en llamas e irónicamente la película que se exhibió en ese momento se llamaba “La tierra de la gran promesa” del director polaco Andrey Wajda y para mayor ironía, trata de un incendio.
“Esa tierra de la gran promesa anunciada en la pantalla, pues era la misma que también se anunciaba continuamente en México, el gobierno había lanzado una etapa que se llamó la administración de la abundancia, fue como López Portillo bautizo ese periodo, cuando México se convirtió en el cuarto productor mundial de petróleo, en esa apariencia vemos que todo ardía y esto marca de una manera muy directa a mi personaje, y ese es, digamos el prólogo de lo que va a pasar después, en 2014, ya como un documentalista y se enfrenta a las circunstancias conflictivas de la realidad y se ve metido en una encrucijada en donde él, tratando de cubrir una noticia, más bien acaba dándola”.
En el libro se lee la frase “La mascota del artista es la hiena”, una hiena que en el periodismo ronda constantemente a quien ejerce esta profesión, justo cuando por una exclusiva no hay temor, no importa el daño alrededor, la nota es la presa.
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“Saber los límites para cubrir la realidad y las responsabilidades que contraemos al hacerlo. En muchas ocasiones un periodista tiene oportunidad de recibir información clasificada o una filtración de una fuente clandestina que puede pertenecer al Ejército o la Policía, el crimen organizado, etcétera, pero nadie te da información clasificada por altruismo, por buena onda. Generalmente quien da esta información tiene una agenda personal y quiere que el periodista se convierta en su vocero.
“Entonces te informan sobre un sector del narcotráfico para perjudicarlo y para que otro sector del narcotráfico se vea beneficiado. Otro elemento importante es que al informar te puedes convertir en denunciante sin darte cuenta. Puedes traicionar la confianza de la persona que está hablando contigo y esa persona puede ser detenida por haber dado esa entrevista.
“Entonces, los límites y las responsabilidades del periodismo son muy fuertes. Mi personaje no se da cuenta de ello, por ingenuidad, por ambición, por vanidad, por tener esta oportunidad de la noticia”.
Y ahí está Diego González, quien por la sed de la exclusiva se deja llevar por eso y se ve metido en una circunstancia muy compleja, no sabe quién ha puesto dinero para hacer su documental. No sabe quién le ha dado la información para llegar a una casa de seguridad a entrevistar a un narcotraficante.
Por ende, no sabe cuáles van a ser las consecuencias de esta entrevista, pero se da cuenta demasiado tarde cuando el documental ya salió y cuando él está totalmente comprometido.
“Desgraciadamente, desde hace bastantes años, México es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo y creo que esto se debe a que los periodistas muchas veces operan en la frontera de esa zona gris, donde lo ilícito se vuelve aparentemente lícito. Todas las sociedades tienen ese tipo de fronteras. De nada sirve practicar el contrabando o vender drogas si el dinero que se obtiene con el delito no puede volver de manera aparentemente legal a la economía.
“Ahí está zona en donde ciertos ciudadanos con una reputación aparentemente intachable se convierten en fachada del crimen organizado y es ahí donde los periodistas corren mayor peligro. Estoy convencido de que un narcotraficante que está haciendo embarques de droga en una pista clandestina en el desierto no está preocupado por lo que puedan decir de él los medios, en cambio, un empresario, un diputado, un general que sirve de fachada al narcotráfico y que está en connivencia con él, tiene mucho que perder si se sabe de esta relación”, responde enfático Juan Villoro.
El ganador del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas 2018, retoma consejos y palabras de su colega Elmer Mendoza, escritor de novela negra y a quien han colocado dentro de la narcoliteratura, de quien recuerda las platicas donde le contó que “no hay que cuidarse de los malos, sino de los que parecen buenos’.
¿Cuándo un periodista debe de decir no?, se le interroga
“Yo fui muy amigo de Javier Valdez Cárdenas y él la primera vez que recibió una amenaza de muerte de inmediato dejó de escribir sobre ese tema, él no era un suicida, tenía un sentido bastante prudente respecto a las noticias. Pero sabía que estaba pisando callos y también sabía que por momentos se metía en circunstancias difíciles.
“Yo creo que un periodista, como cuando lo hizo Javier, en el momento en que tiene la certeza de que le pueden hacer algo, debe dejar de escribir. Debe preservar su vida, el problema, y eso le pasó al propio Javier, es que en ocasiones no te avisan y creyendo tú que estás en una zona relativamente segura, te pueden matar.
“Se ha descompuesto tanto la situación que no hay suficientes señales de alerta para los periodistas. Y esta es una de las razones por las que siguen siendo asesinados. Sí, eso es algo que, y parece mentira, que va a seguir creciendo. Por lo menos ahorita no hay suficientes protocolos de protección para periodistas, no hay suficiente investigación de las personas que los amenazan”.
Y así como el libro, la charla da un salto, de la violencia hacia los periodistas, de la corrupción, pasa al arte, a la manera en la que “La tierra de la gran promesa” despierta los sentidos, se puede ver, oler y hasta escuchar.
Juan Villoro tardó unos 9 años en escribir la novela la cual surgió de un relato, ahora es una realidad, más de 400 páginas para ver, sentir y hasta reflexionar que México, “La Tierra de la gran promesa” es un libro que sigue vigente, que no ha cambiado en décadas y parece que con cada sexenio surge más corrupción.
“Una vez que hablamos, una vez que escribimos, una vez que retratamos, nos comprometemos por lo que hemos hecho. Somos rehenes de esa información y “La tierra de la gran promesa” trata de explorar estas circunstancias”.
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