“De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho. Allí la llaman piedra cruda….”, así se lee en uno de los célebres cuentos de Juan Rulfo, que ahora toma prestado Lázaro Cristóbal Comala para titular una de sus canciones.
Esa imagen de piedra cruda es poderosa… atrayente, bien podría aplicarse al arte musical del duranguense, un crooner que a lo largo de sus carrera ha entrado en la competencia por mostrarse como “el hombre más triste del mundo”, algo en lo que compite con Scott Matthew y también con Micah P. Hinson -quien aparece en otro de los temas, “Mariela”-.
Vaya sacudida la que nos proporciona El terror -10 canciones estremecedoras- que se ciñen a la mejor tradición del folk rock y que esta vez acuden a un acompañamiento más de full band que le aporta matices muy importantes, como ese piano en “Desahogo” -que abre el disco-, un tratamiento salvaje a un viejo tema de Roberto Carlos.
Y luego viene precisamente “Luvina”, que posee un añejo sintetizador que la hace más tabernera, aunque ahora Daniel Azdar -el hombre tras el mote- ande subiéndose al ring de la sobriedad… y es aquí donde puede citarse a David Regin para reforzar este aspecto: “En diez canciones cuenta, a diferencia del paso etílico que fue Belmont, el terror de la sobriedad, de la ausencia y de la estancia, al parecer permanente (esperemos que no), en la guerra a pelo, sin cuartel e inevitable para escribir y componer”.
En “3 de mayo” muy a lo Emile Cioran nos adelanta que todavía no se va a suicidar, dado que todavía le quedan cosas que el mundo puede arrebatarle… ahí está también la presencia de ese “terror” doméstico que le lleva a paliar su dolor mientras lava los trastes… de cualquier manera, el final por propia mano ha sido aplazado.
Debo consignar que de esta entrega y, desde la primera escucha, he caído rendido ante “Estoy más cerca de mí”, cuyo lóbrego tono y ritmo casi valseado nos remite hasta Tom Waits y Diego Vasallo, al mismo tiempo que a Bob Dylan y Nick Cave -cuyo uno de sus libros aparece en la fotografía de portada-. Se trata de un dardo envenenado en el que señala que todos los demás prefieren la paz, pero él prefiere un infierno junto al objeto del amor y el deseo.
Esto último una vez más me hace acudir a las palabras de Regin: “El Terror, octavo disco de estudio de Lázaro Cristóbal Comala, y su vuelta a la independencia desde Canciones del ancla, pero de nuevo acompañado de Santiago Parra en la producción, es un testigo activo, narrador y cronista sobreviviente de la separación”.
Lázaro Cristóbal Comala es esa piedra cruda que muestra su esencia… terrenal, ramplona, rulfiana, que se proyecta a través de canciones adoloridas que poseen una fuerza poética silvestre y sin ataduras.
A fin de cuentas, “El terror” habita en nosotros, “El terror” es uno mismo… con sus demonios, con sus quiebres y sus culpas… siempre habrá “terror” ante la inminencia de quedarnos varados del frenesí de la existencia.
Pero Lázaro convierte al infortunio en logradas joyas del arte musical… ahí están “El relámpago” y “Tom Jones” para ratificarlo… él sabe como convertir esa piedra cruda en diamantes… piedras preciosas de la canción.
Puede que diga que es un hombre cansado y que a diferencia del Lázaro bíblico ya no se quiera “levantar y andar”, pero como artista se haya vivísimo y ha conseguido seguir depurando su arte, algo que sólo pocos, muy pocos, pueden lograr.
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