DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Un grito infinito

Cioran apunta en su libro “Desgarradura” que “según una leyenda de inspiración gnóstica, en el cielo se libró una lucha entre ángeles en la que los partidarios de Miguel vencieron a los partidarios del Dragón. Los ángeles que, indecisos, se conformaron con mirar, fueron relegados aquí abajo con el fin de que llevaran a cabo la elección que no se habían atrevido a hacer allí arriba, elección todavía más penosa si cabe, dado que no conservaron ningún recuerdo del combate y aún menos de su actitud equívoca.

De este modo, el comienzo de la historia tendría por causa una vacilación y el hombre sería el resultado de una duda original, de la incapacidad de tomar partido que sufría antes de su destierro. Arrojado sobre la tierra para aprender a optar, será condenado al acto, a la aventura, cosa para la que sólo estará preparado en la medida en la que haya ahogado en él al espectador. Sólo el cielo permitía hasta cierto punto la neutralidad: la historia, por el contrario, surgirá como el castigo de quienes, antes de encarnarse, no encontraban ninguna razón para unirse a un campo antes que a otro. Se entiende así por qué los hermanos se muestran tan afanosos por abrazar una causa, por aglutinarse, por reunirse en torno a una verdad. Pero ¿en torno a una verdad de qué especie?”

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Igual que los caídos de la leyenda, recordamos por que tenemos la necesidad de afianzarnos a ese instante que nos provocó el recuerdo. Lo hacemos conscientes de que lo más difícil no es traer al presente el instante del pasado que estamos reavivando, si no porque sabemos de la imposibilidad de volver a experimentar ese momento. Amamos las primeras ocasiones por que son primeras ocasiones, pero nos ahogamos en ellas intentando repetirlas. Aunque eso no pasa con el dolor, el dolor sentido en la pérdida, únicamente se presentará nuevamente para hacerse más potente, para recordarte la primera vez que dolió. 

Es como lo que decía Milena Busquets en su libro “También esto pasará”, cuando anota: “A partir de ahora, supongo que cada funeral al que asista será el tuyo, madre”. O bien cuando dice: “Al llegar a casa, quemaré toda la ropa que llevo hoy, está empapada de cansancio y de tristeza, es irrecuperable. Han venido casi todos mis amigos y algunos de los de ella, y algunos que no fueron nunca amigos de nadie. Hay mucha gente y falta gente. Al final, la enfermedad, que la expulsó salvajemente de su trono y destrozó sin piedad su reino, hizo que nos puteara bastante a todos, y claro, eso se paga a la hora del funeral”.

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Pareciera, que la existencia humana nos va orientando al camino de actuar pensando en conseguir no pesar y que nada pese sobre nosotros. Sin embargo, la tristeza y la ausencia, el recuerdo, el deseo de las primeras ocasiones, del pasado en el cielo, ése siempre pesa y pesará dos mil toneladas. Esa carga inasible se nos disemina en los átomos que nos integran, se extiende para después, aparecer cuando menos le deseamos, cuando menos lo esperamos, quizá por eso, vivir es un grito infinito.