En Tula el río que cruza la ciudad hace que sus habitantes vivan en constante zozobra. Cada temporada de lluvia, el fantasma de aquel 6 y 7 de septiembre de 2021 se asoma y hace que quienes sufrieron alguna pérdida, humana o material, vuelvan a experimentar aquellas horas de angustia y miedo.
Las heridas siguen abiertas y las obras que ha llevado a cabo la Comisión Nacional del Agua (Conagua) para reforzar y ampliar el cauce del río Tula han sido insuficientes. La inversión no ha sido menor: mil 160 millones de pesos se han gastado para evitar que el río se desborde y vuelva a cobrar vidas o destruya el escaso patrimonio que con mucho trabajo han recuperado las personas damnificadas hace tres años.
Lo más grave es que la Conagua no parece haberse tomado muy en serio el riesgo que viven miles de personas, no sólo de Tula, sino de otros cuatro municipios por donde cruza el afluente a lo largo del Valle del Mezquital.
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El cuerpo de agua ya causó estragos en Tepeji el pasado fin de semana, donde cuatro familias perdieron por completo su casa. En Tula más de 40 viviendas registraron pérdidas materiales significativas.
¿A quién culpar por estos daños en el patrimonio de las personas? Entre la maraña burocrática, es difícil que alguien asuma el costo y generalmente el apoyo se da por medio de recursos extraordinarios que en ocasiones terminan desviados, como ocurrió con el caso de la Estafa Siniestra.
Por eso es necesario ir más allá y revisar cómo se gestiona el agua en el Valle de México, lo que implica analizar desde dónde se extrae el agua, hasta cómo se expulsa, siendo este eslabón el que mantiene agobiadas a miles de personas que viven en la ribera del río Tula y sus derivaciones a lo largo del Valle del Mezquital.
Ese es el problema de raíz cuya solución requiere decisiones políticas que también implican recursos multimillonarios. Ya algunos activistas han propuesto un cambio de paradigma que implique el tratamiento del agua a nivel municipal o alcaldía, para evitar construir obras como la mega planta de tratamiento en Atotonilco de Tula, cuya magnitud ha complicado su administración y ha provocado malestar entre quienes viven a su alrededor.
El reto es gigantesco, como todo lo que implica un cambio de paradigma. Por eso se antoja difícil y más bien es previsible que se mantendrá el modelo actual de gestión del agua, por lo que al menos la Conagua debe consolidarlas obras que amplíen la capacidad de desalojo y conducción del río Tula. De no hacerlo, miles de personas seguirán viviendo con miedo cada temporada de lluvias.
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