Se estima que, durante la pandemia, los alumnos de américa latina y el caribe perdieron 189 días hábiles, es decir un amplio porcentaje más que el grupo etario de su generación en otros continentes del planeta.
A ello hay que agregarle lo que señala Leonardo Garnier en el blog del Banco Interamericano de Desarrollo: “a la fuerza” – gracias a la pandemia – los países han aprendido a usar herramientas que no solo serán útiles durante la emergencia, sino que, a futuro, conforme ceda la pandemia, deberán convertirse en instrumentos cotidianos de una nueva práctica educativa”.
“El esfuerzo más grande está en el diseño y producción de nuevos recursos educativos y, sobre todo, en comprender que estos recursos constituyen lo que se conoce como bienes públicos globales. Se trata de bienes cuya producción puede requerir de una importante inversión inicial –un gran costo fijo– pero, una vez que estos recursos existen, el costo marginal de que un estudiante más o un docente más tenga acceso a ellos es insignificante, por lo que debieran ser recursos prácticamente gratuitos.
En muchos países se han venido desarrollando herramientas y recursos de aprendizaje para enfrentar creativamente las consecuencias educativas de la crisis. Muchos de estos recursos pueden ser compartidos directamente o adaptados y contextualizados para ser igualmente aprovechados por estudiantes y docentes en otras latitudes. Incluso la interacción tanto de docentes como de estudiantes de diversos contextos tiene un potencial enorme en términos de los aprendizajes del siglo XXI”.
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En este sentido, de cara a la tradicional celebración del día de las y los maestros, considero prudente manifestar que, en el presente siglo, en México, ante las posibilidades de un nuevo modelo educativo desarrollándose en las aulas, con la transición del cambio de paradigma educativo que se ha iniciado, debemos afirmar que el fin universal de la educación es transformar a los seres humanos mediante la enseñanza y el aprendizaje.
O como bien lo señala Teresa Díaz Domínguez: “el desarrollo, o sea, el perfeccionamiento y evolución de la sociedad debe estar determinado por el bienestar de la mayoría de los grupos sociales, es decir, a la satisfacción de vivir como seres sociales, lo que no necesariamente debe estar asociado a cosas materiales, sino a la condición de libertad para crear y sentir plenamente del ser humano. Por tanto, el concepto de bienestar social derivado de desarrollo estará muy asociado a la concepción que tengamos de calidad de vida según los valores o significados que otorgamos a las cosas que nos rodean y que forman parte de nuestra realidad cotidiana. El concepto de bienestar social se relaciona de forma directa a la preparación ideológica que tengamos para asumir el desarrollo, en otras palabras, la conformación de una concepción del mundo con ideas propias, que en la relación entre lo individual y lo social permitan a los grupos sociales proyectar un sistema de valores o significados que se conviertan en la esencia de la interpretación y transformación de la sociedad.
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