Carlos Sevilla Solórzano

Tragedias que agobiaron a familias

Las recientes tragedias colectivas, especialmente en Tula de Allende y en el Cerro del Chiquihuite, en Tlalnepantla, han tenido en su entorno historias de familias que han perdido todo, pero lo más doloroso, la vida de seres queridos. 

Recordemos la estoicidad, el valor, de la compañera de un varón internado por Covid, en el Hospital 5 del IMSS de Tula. 

Ella remó hasta entrar al nosocomio. Había conseguido un ventilador y acudía para auxiliar a su pareja. La lluvia, inacabable, había puesto fuera de servicio el sistema eléctrico, el enfermo se acercaba a sus últimas horas. 

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Era de madrugada, pero la dama ejemplar llegó hasta el borde de la cama donde estaba el internado. En su entorno todo era un caos, agua, lodo. Las horas, los minutos transcurrieron; antes de las nueve de la mañana, el enfermo expiró. Una víctima más de los rigores de la naturaleza y también de quienes no consideraron a lo que se exponían cuando los diluvios rebasaran lo supuestamente controlable en el marco de presas rebasadas. 

Algo semejante en secuela de dolor ocurrió al desgajarse el Cerro del Chiquihuite.  

Grandes moles, rocas inmensas, rodaron entre viviendas que vinieron a tierra por la empinada ladera. 

Además de pérdidas en mobiliario, los inmuebles que endeblemente quedaron en pie, fueron incorporados a una lista de dos pasos: desalojos y reubicación.  

Fue sensible el apoyo de grupos de auxilio. Ya se había confirmado el deceso de una vecina, Mariana Martínez Rodríguez, de 22 años, quien estudiaba literatura dramática y teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). 

Fue cuando apareció un delgado joven, 24 años, quien se identificó como Jorge Armando Mendoza López. 

Desde hace 12 años vivía en las faldas del cerro; los últimos seis años con su compañera Paola Daniela Campos Robledo. 

Tuvieron dos hijos: Jorge Dilan, cumplidos cinco años, y Mía Mayrin, de tres. 

Mendoza López pidió auxilio para rescatar a su esposa y a sus dos hijos, atrapados en ese mortífero alud. 

Inicialmente los rescatistas localizaron el cuerpo sin vida de la pequeña Mía Mayrin, quien tras ser velada fue sepultada en el panteón civil de la Colonia Lázaro Cárdenas. 

Estoico, el esposo no se rindió en la esperanza de que se hallara a su esposa y su hijo Jorge Dilan. 

Esto finalmente ocurrió el martes 21. Víctimas mortales de la catástrofe. 

Ya se había escrito, días de un septiembre trágico, que pasará a la historia de muy lamentables sucesos. 

El Santo, historia aparte en la lucha libre mexicana 

El jueves pasado se cumplieron 104 años del nacimiento en Tulancingo de Rodolfo Guzmán Huerta, El Santo, la más grande figura de la lucha libre en el país. 

Tanto en los cuadriláteros, como en sets cinematográficos, películas memorables y hasta en historietas, alcanzó niveles de popularidad nunca alcanzados. 

En años muy pasados, conocí en la Angelópolis a don Benjamín Mora Orta,  promotor de box y lucha en la Arena Puebla. 

Hombre afable, me adelantaba programas. El coso, lo recuerdo, amplio, registraba llenos en sus bien calendarizadas funciones.  

Alguna ocasión, al ingresar a su despacho, me dijo:” ¿Sabes quién es la persona que acaba de salir?”. No tenía idea. Y añadió: “El Santo, pero sin máscara”. Sentí cierto desencanto. 

Mora Orta fue el padre de la señora Alejandra Mora, esposa del gobernador hidalguense Adolfo Lugo Verduzco. Encabezó el DIF estatal. 

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El Enmascarado de Plata, tuvo memorable desafío, el 7 de noviembre de 1953, máscara contra máscara,  con Black Shadow, quien al perder se identificó como Alejandro Cruz Ortiz. 

Entonces, televisión en blanco y negro, en el vestíbulo del poblano Hotel Arronte, largo encuentro,  por calendarios posteriores  muy comentado. 

El Santo, pues, no se olvida. 


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