El miércoles 3 de este mes, 15 mineros quedaron atrapados en el pozo de carbón de El Pinabete, en la pequeña comunidad de Agujita, en Sabinas, Coahuila. Al parecer un inesperado torrente de agua los invadió. Cinco pudieron salvarse porque aprovecharon el nivel tempestuoso del burbujeante líquido, 10 más, sorprendidos, no pudieron hacer lo mismo.
La noticia fue viral, sorpresiva, aunque envuelta en el inicio de un humano tono de esperanza por el destino final de los trabajadores, la que se perdió apenas el jueves pasado cuando les dijeron que el rescate se llevaría entre 5, 6 o hasta 11 meses, y que, como paso inmediato, se tenía que desalojar el líquido para que inicialmente bajara un buzo y de ahí se ejercieran acciones para el salvamento.
Antes se había empleado una novísima cámara portátil, que mostró la imposibilidad de seguir abajo, hasta en tanto no se extrajera el agua. Además, se advirtió que había objetos como maderas, pedazos de manguera y otros, empleados en cotidianas labores, que impedían ubicar a los mineros.
La Coordinación Nacional de Protección dijo que solicitarían el apoyo de empresas de Estados Unidos y Alemania, expertas en ese rubro para que aportaran estrategias, de acuerdo con el terreno para hacer un nuevo intento, sustentado en cerrar por completo la posibilidad de nuevas inundaciones.
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Se aprobó en recubrir el pozo en donde ocurrió el accidente, para eliminar toda posibilidad de nueva inundación.
A los lados se colocaron mallas de prevención para evitar afluencia de vecinos, exceptuando, desde luego, a los familiares.
Empero, el máximo problema lo marcan las agujas del reloj, imparables y recordatorias de que las posibilidades de auxilio decaen, sobre todo ahora marcado el tiempo en meses, muchos meses.
Se ignora, como se comentó desde un principio, si los mineros pudieron encontrar un espacio con oxígeno. Pero también surgen cuestionamientos sobre su alimentación, infiriéndose que poco alcanzarían a la mano. Esto, que no puede soslayarse, angustia a las familias.
Ya se han escuchado expresiones de profundo dolor en que algunos exponen: “Que los saquen, como sea, vivos o muertos, pero que los volvamos a ver”.
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Los rescatistas, ejemplo de tenacidad y apoyo se esfuerzan, pero la tierra misma es su principal enemigo. Ojalá se produzca un milagro, adjetivo empleado con los más sinceros augurios, aunque el escenario sea de fatalidad.
En el pasado ha habido sucesos semejantes, y peores por el saldo de quienes perecieron.
Se encontró el registro más antiguo de una catástrofe en la zona carbonífera de Coahuila. Esto fue en 1889, al estallar gas metano en la Mina El Hondo murieron 300 hombres que no fueron rescatados y quedaron bajo tierra.
Lo ocurrido en Pasta de Conchos es otra referencia más cercana. En la madrugada del 19 de febrero de 2006 en la carbonera Pasta de Conchos, también Coahuila, 78 mineros sufrieron un estallido en un yacimiento concesionado a Grupo México e Industrial Minera México.
Hubo acumulamiento de gas que culminó en explosión. El recuento fue demoledor: 65 trabajadores victimados y 13 sobrevivieron con golpes y quemaduras.
El listado de sucesos semejantes parece inacabable, el último, el 3 de agosto, hace unas semanas. Ojalá tenga feliz epílogo pero con el nuevo plazo desafortunadamente no es nada optimista.