En el marco de la avalancha de informaciones políticas, encontré añeja película sobre el torero Luis Procuna, llamado “El Berrendito de San Juan”, importante en el pasado de la tauromaquia. Esto fue coincidente con un cierre parcial de la Plaza México, al avivarse confrontaciones entre quienes se pronuncian poque siga la llamada fiesta brava, y quienes piden que deje de martirizarse a los casi indemnes bureles.
Confieso, en mi juventud, cada vez más lejana, era asiduo espectador por televisión, domingo tras domingo, de corridas en la México. Había doctos narradores con el madrileño Pepe Alameda (José Fernández López-Valdemoro), y el mexicano Paco Malgesto (Francisco Rubiales), entre otros.
Recuerdo nombres de algunas figuras: Carlos Arruza, Fermín Espinosa, Manuel Capetillo, Alfredo Leal, el mismo Procuna, Eloy Cavazos, Alfonso Ramírez (“Calesero”) Joselito Huerta, Luis “Castro (“El Soldado”), Manolo Dos santos, Lorenzo Garza. Se llego a aludir en transmisiones a Rodolfo Gaona (1888-1975). No omito a Silverio Pérez, a quien Agustín Lara le dedicó espléndido pasodoble: “…monarca del trincherazo, torero, torerazo”.
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Había un personaje supremo: Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, identificado plenamente como Manolete. Nació en 1917 y víctima de una cornada que le infligió el toro “Islero, falleció en la mañana del 29 de agosto de 1947, en Linares, España.
La Plaza México, con aforo para 40 mil personas, se inauguró hace 78 años. En el primer cartel estuvieron Manolete, Luis Castro y Procuna. Ya, en este año, tras largos meses de estar cerrado se reabrió, a principios de este febrero, con el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, en su adiós a los ruedos.
Primero, decisión de una jueza de que el coso mantuviera puertas cerrada, tras un amparo que promovió la asociación “Todas y Todos por Amor a los Toros”, y posterior, indicación de autoridad superior, reapertura. Lo cierto es que el litigio está vivo.
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Tuve dos experiencias para conocer, fuera del escenario público, dos incidentes relacionados con los toros. Uno, en Querétaro, internado de emergencia por apendicitis, recuerdo que ya casi la medianoche, aún bajo ligeros efectos anestésicos, en la segunda cama, del cuarto donde yo estaba, colocaron a una persona. Medio escuché llantos y hasta parte de una Padre Nuestro, dolorosamente expresado. Horas después, plena mañana, vi que ya no estaba el paciente. El médico que me atendió, me comentó que al otro internado le llamaban “El Ronco”, era desencajonador de toros, orientando, a uno por uno, en orden que le precisaban, hasta el ruedo.
Se infería que, en mortal confianza, el astado en turno, giró, dirigiéndose a donde había estado, y embistió al señor. Horrible.
La otra relación directa fue en Puebla. Un joven con aspiraciones de ser novillero y luego recibir la alternativa como torero, asistió a un festival taurino en una pequeña comunidad. Se rolaban entre tres o cuatro con un novillo, que no sería al final sacrificado. Me explicó que se descuidó y fue herido dos veces, uno en la pierna y otro en el abdomen; al parecer sin nefastas consecuencias. Al despedirme, aún con las entendibles molestias, me adelantó: “Nomás me recupero y le sigo”. No volví a saber de él.
Procuna ayudaba a su mamá en modesto puesto de antojitos en San Juan de Letrán. En la CDMX. Indiscutible figura, con inesperado final: el 9 de agosto de 1995, a los 72 años, falleció en accidente aéreo en El Salvador.