Las migraciones son tema de la agenda mundial. El fenómeno rebasa lo nacional y concita a soluciones regionales y locales; requiere miradas desde diversos ángulos y reacciones de atención diversa, unas desde el Estado, otras del gobierno y las instituciones públicas, también de la sociedad civil. Obligadas o solidarias, según su fuente, todas atienden a la gestión de las consecuencias ante lo imposible de alcanzar soluciones definitivas. Otra cosa es la orientación y forma de las decisiones: pragmáticas como el cierre de fronteras, o humanitarias, auxilio y protección durante el tránsito, por ejemplo. Solo la actitud marca la diferencia.
En ese arco de posibilidades está latente el demonio de la discriminación, consciente, auténtico, o utilitario, adosado al discurso a manera de justificación para descalificar e impedir cualquier posibilidad de ayuda. Del simple rechazo a las personas migrantes a su utilización electoral; de su criminalización y hasta la fatalidad irreversible, hay una abundancia de episodios trágicos, igual en Europa y América.
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A una iniciativa responsable para atender parte de la crisis migratoria, congruente, justificada en un territorio de tránsito, de paso – como es el del estado de Hidalgo -, para los flujos sud y centroamericano rumbo al sueño americano, surge una cruda manifestación de rechazo. Hasta ahí pudiera ser aceptable, o cuando menos entendible, por el principio de libertad. No lo es la justificación empleada: construirán un espacio para delincuentes, es el argumento. La literalidad no importa. Pesa el matiz en una sociedad históricamente abierta a la extranjería. Tema para la sociología.
Explicar científicamente estas reacciones virulentas en un ambiente tradicional de aceptación, y más, de asimilación, al auxilio para quien proviene de otras comunidades nacionales o extranjeras es imprescindible para atajar su creciente intensidad: hoy fue un cierre de vialidades, mañana puede ser la violencia física.
¿Qué nos ha hecho sustituir solidaridad por discriminación? ¿Cuándo se modificó nuestro ánimo receptor para quienes aquí llegaron por la necesidad de sobrevivir? ¿Por qué nos desentendimos del pasado común, hecho presente en apellidos, costumbres, religiones, comida, construcciones, deportes, comercio, celebraciones? ¿Qué fue del generoso apoyo a quien llegaba sin nada y así recuperó su derecho a vivir con una nueva oportunidad en su huída?
Asoma una primera respuesta: nuestra propia vulnerabilidad frente a otra migración, la negativa, la destructiva del tejido local, la criminal, esa hiriente de la comunidad. No será la única, si la más fácil de anteponer.
Otra cara del problema es la lejanía, la indiferencia frente a quien le favorece cualquier apoyo pues de todo carece, material y afectivamente; a quien carga una creciente vulnerabilidad frente al medio, y también frente a la misma autoridad cuya misión es su protección.
Esa barrera impide ver las ventajas del proyecto cuestionado: identificación de personas, importación de enfermedades, oportunidades de trabajo, temporalidad del tránsito, captación de capacidades, y prevención del delito, entre otras.
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Ahí un reto para las instituciones públicas y privadas del estado de Hidalgo para acompañar una iniciativa inteligente, acorde a los amenazantes tiempos anunciados en el horizonte cercano. Ahí la obligación de defender los derechos humanos.
No es apoyar la construcción de un albergue: es tirar una mirada superior a la indolencia, la incapacidad y la complicidad de la autoridad responsable de atender esta crisis humanitaria.
MHO
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