DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Sobre puntos finales

A los seres humanos nos gustan los finales felices, porque nos hemos creado todo un aparato que exalta a los vencedores y se olvida de los vencidos. Como si lo único trascendente para el ser humano fueran las victorias y no la serie de derrotas que existen para conseguir un pelotazo de buenaventura. Incluso los más pesimistas, o los filósofos cínicos, anidaban dentro de su postura ideológica el atisbo de que sus expresiones alcanzaran otro sitio que no fuera el que obtenían cuando salían de su pluma o su boca.

Tal como lo afirma un artículo de la BBC: “Uno puede incluso volver a la antigüedad clásica. Podemos concebir el drama griego en términos de la inevitable tragedia de “Edipo rey” o “Medea”. Pero hasta los griegos esperaban finales felices, dice Alan Sommerstein, profesor de griego de la Universidad de Nottingham. “Las producciones trágicas griegas venían en grupos de cuatro – la cuarta era siempre una a todas luces una farsa. Y no todas las tragedias tenían lo que podríamos llamar un final trágico”.

En la “Ifigenia en Táuride”, de Eurípides, se piensa que el personaje central ha sido sacrificado antes de la guerra de Troya. De hecho, se la llevan a Crimea, donde se transforma en una alta sacerdotisa que sacrifica marinos griegos. Un día, ella se apiada de una pareja de griegos, uno de los cuales resulta ser su hermano. Todos se las arreglan para escapar. “En una tragedia tiene que ocurrir un desastre espantoso o éste ser evitado apenas. No importa cuál de las dos posibilidades” dice Sommerstein.

Y existía el convencimiento de que la tragedia podía hacer a la gente más feliz. “Aristóteles argumenta que el drama trágico produce placer mediante el estímulo de las emociones. Yo mismo pienso en el tiempo de Shakespeare, que fue bastante duro, con la amenaza constante del brote de la peste.”

Otro ejemplo claro se da en la cultura pop y, específicamente en el cine de ficción de la gran depresión y la posguerra, donde los musicales se hicieron presentes y construyeron, junto al western y la fundación de la imaginería de Disney, toda una industria del espectáculo basada en las historias que vencen las vicisitudes para alcanzar la felicidad de sus protagonistas ad infinitum.

Pero: qué hacer cuando todas las llamadas del exterior están timbrando para decirnos que no es muy alentador esperar un buen final para todas las crisis que existen sucediéndose en el planeta, algunas ocasionadas por los seres humanos y otras producto de la naturaleza. ¿Cómo pensar positivamente? O mejor aún ¿Cómo pensar? Máxime si estamos al centro de un alud de mensajes, señales y sensaciones provocadas por el capitalismo salvaje.  Joaquín Sabina resume en uno de sus versos la catástrofe del final de todo al decir que “cuando al punto final de los finales no le quedan dos puntos suspensivos”; a lo que yo agregaría ahora, quizá movido por el fervor de esta época, en el dintel de este mes, antes de cruzar al próximo año, que el punto final de los finales puede dar pie para escribir nuevas historias. Desconozco si felices o no, pero si nuevas e inimaginables.