Hasta debajo de las piedras la dirigencia del tricolor busca culpables de su estrepitosa derrota electoral en Hidalgo, la más dolorosa y lapidaria que terminó con 93 años de sexenios priistas, un puñado de ellos gestados en el seno de una de las familias políticas más poderosas conocida como el Grupo Huichapan.
Tras la derrota tricolor vinieron las acusaciones, que si Andrés Manuel López Obrador y sus secretarios metieron las manos descaradamente en el proceso electoral; que los servidores de la nación coaccionaron el voto, que los alcaldes de Morena intercambiaron despensas y materiales de construcción por votos, fueron las justificaciones del dirigente nacional tricolor, Alejandro Moreno Cárdenas y de la derrotada candidata Carolina Viggiano que amenazaron con recurrir a los tribunales.
En charlas informales, recalcitrantes priistas acusaron traición de sus alcaldes y militantes por simular apoyo a la candidata, incluso hasta el gobernador Omar Fayad sufrió las consecuencias del enfado de la tropa Viggianista y en redes lo calificaron de traidor, supuestamente por haber vendido la elección a cambio de una embajada cortesía del gobierno Obradorista.
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Y sí, nadie podría negar que este rimero de factores externos influyó en la jornada electoral del pasado domingo, pero en el PRI nadie habla de las circunstancias internas que hoy lo tienen en la lona, y es precisamente esa incongruencia y falta de autocrítica lo que ha llevado al tricolor por la senda de la derrota.
Por ejemplo, callan sobre el maltrato y desprecio que recibieron liderazgos y algunas estructuras priistas que pusieron dinero de su bolsa para hacer labores de operación política, porque nunca recibieron un solo peso de su candidata, quien en más de una ocasión -a grito abierto- cambió las tácticas electorales elaboradas sus estrategas encabezados por Rubén Moreira.
Olvidan el atropello de Viggiano quien aprovechó su cargo de secretaria general del CEN del PRI para agandallarse cuatro diputaciones federales y una suplencia para ella, sus familiares y amigos, dejando heridos en el camino a militantes que durante décadas pelearon por un escaño, pero que el pasado 5 de junio le cobraron la factura.
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El proceso interno para seleccionar al candidato de la alianza PRI, PAN y PRD dejó muy raspada a Carolina Viggiano por su accidentado ungimiento, lo que propició un desencuentro entre el líder nacional Alejandro Moreno y el gobernador Omar Fayad. El altercado enlodó aún más la postulación de la diputada federal, pero lejos de asumirse como un factor real de unidad optó por la ensoberbecida actitud de “estás conmigo o contra mí” que mantuvo a lo largo de toda su campaña.
La candidata de Va por Hidalgo no convenció ni siquiera a los propios priistas para que votaran por ella y para muestra los números, la votación que obtuvo solo con el PRI fue de 248 mil sufragios, cifra que ni siquiera se acerca a la conseguida por Manuel Ángel Núñez Soto hace 24 años (325 mil) en la elección de 1998.
Pese a la poderosa marca a la que enfrentaría en las urnas, Viggiano minimizó al oponente y cometió desaciertos muy tempraneros, de los más cuestionados nombrar coordinador de su campaña al recién estrenado diputado federal Marco Antonio Mendoza Bustamante, un joven con excelente perfil académico pero bisoño en el oficio político que no pudo ganarse el respeto ni la confianza de los operadores ni de la estructura priista que se sintió desatendida. Mendoza es de toda la confianza de Viggiano, pero nunca estuvo a la altura de su encargo ni del proceso electoral.
¿Hubo factores externos?, sí, pero los internos también abonaron, ahí las consecuencias.
@AlexGalvezQ