Rogar Bartra escribió alguna vez que “en una carta a Rabindranath Tagore, Albert Einstein hizo una afirmación que ha sido citada con frecuencia por los deterministas. Dijo que si la Luna fuese dotada de autoconciencia estaría perfectamente convencida de que su camino alrededor de la Tierra es fruto de una decisión libre. Y añadió que un ser superior dotado de una inteligencia perfecta se reiría de la ilusión de los hombres que creen que actúan de acuerdo a su libre albedrío. Aunque los humanos se resisten a ser vistos como un objeto impotente sumergido en las leyes universales de la causalidad, en realidad su cerebro funciona de la misma forma en que lo hace la naturaleza inorgánica”
Sabemos que el libre albedrío es la habilidad que tiene cada individuo para tomar sus propias decisiones. Sabemos también, e incluso participamos, en los debates en cuánto a la exacerbación que tienen las personas de entender al libre albedrío.
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En un interesante artículo el portal del diario 20 minutos dice al respecto que “el filósofo alemán Schopenhauer, por ejemplo, señalaba que “un ser humano puede hacer lo que quiera pero no desear lo que quiere” mientras que a Einstein le parecía reconfortante saber que la voluntad no es libre: “me protege de perder el buen humor y tomarme demasiado en serio a mí mismo y a los demás seres humanos como individuos que actúan y juzgan”.
Más recientemente, médicos, neurocientíficos e investigadores se han unido también a esta discusión sobre si poseemos o no ese libre albedrío. Por ejemplo, Michael Silberstein, filósofo de la ciencia del Elizabethtown College de Pensilvania (EE UU), se plantea: “¿Es una ilusión? Si la gente alucina con la evolución y otras cosas cómo no va a alucinar si los científicos y los filósofos le dicen que no es más que una avanzada máquina de carne; además, ¿esa conclusión está ahora claramente justificada o es prematura?”.
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Cierro esta perorata abrevando del pensamiento de Michael Onfray cuando afirma: “En un mundo en el que Dios es la Naturaleza, ¿qué espacio queda para la libertad de los hombres? Spinoza lo dice en repetidas ocasiones y sin ambages: el libre albedrío es una ilusión. En una carta a Schuller (LVIII), Spinoza lo explica de la siguiente manera: si se arroja una piedra al aire, la piedra asciende, se ralentiza, se estabiliza y luego cae en virtud de la ley de la caída de los cuerpos. Obedece a la necesidad natural, a las constricciones físicas a las que todo está sometido en la naturaleza.
Hipótesis: otorguemos a esta piedra conciencia y dotémosla de lenguaje. Dirá, sin duda, que ha elegido todo eso que le acontece: subir, ralentizarse, estabilizarse y caer, para permanecer luego sobre el suelo. Los hombres se creen libres, afirma Spinoza, porque ignoran las causas que los determinan. Si supieran qué los mueve, los seres humanos dejarían de recurrir a la ficción del libre albedrío. No somos libres, obedecemos. Lo mismo que la piedra lanzada al aire, somos objeto pasivo de una causa que desconocemos. Estamos sometidos a un principio que nos hace ser lo que somos”
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