Por Dino Madrid
En los tiempos actuales, hay quienes todavía conciben la política como un espectáculo donde los discursos vacíos y la retórica grandilocuente buscan disfrazar la falta de acciones reales. En cada foro, en cada conferencia, escuchamos a quienes esgrimen frases resonantes sobre seguridad, justicia y paz, pero que, a la hora de actuar, solo reproducen las mismas estrategias fallidas de siempre. Se trata entonces de una simulación que, más que resolver los problemas de fondo, los perpetúa y acentúa.
Tomemos la inseguridad como un ejemplo. Desde hace décadas, la respuesta tradicional ha sido el endurecimiento de penas y el despliegue de fuerzas de seguridad, como si la violencia pudiera combatirse con más violencia. Pero mientras los tomadores de decisiones presumen operativos espectaculares y cifras dudosas, la realidad en las calles sigue siendo la misma: comunidades y familias destrozadas por la impunidad y un sistema de justicia que sigue privilegiando a unos cuantos.
La verdadera transformación política y social no se construye con discursos ni con mano dura. La única vía real para garantizar la paz y la justicia es a través de la inserción comunitaria. Es en los barrios, en las colonias populares y en los pueblos donde se pueden -y deben- tejer estrategias eficaces para combatir la violencia desde sus raíces. Cuando la comunidad se organiza, cuando se crean redes de apoyo entre vecinos, cuando se establecen espacios de diálogo y participación, la seguridad deja de ser un privilegio y se convierte en un derecho colectivo, derecho que la comunidad hace suyo, defiende y procura.
La democratización de la justicia no llega con fiscalías que presumen cifras de eficiencia pero siguen ignorando a las víctimas. Llega cuando la propia gente tiene acceso a la mediación comunitaria, cuando las mujeres, las juventudes y las organizaciones populares pueden incidir en la toma de decisiones sobre seguridad y justicia. Es en estos espacios donde realmente se construye una paz duradera, basada en la confianza, la solidaridad y la reconstrucción del tejido social.
En este sentido, es urgente cambiar el discurso institucional que, en lugar de ofrecer soluciones, tiende a revictimizar a quienes han sufrido violencia. No es raro ver cómo las autoridades responsabilizan a las víctimas de su propia desgracia, ya sea cuestionando sus decisiones, su vestimenta o su entorno. Esta práctica no solo perpetúa la impunidad, sino que despoja a las víctimas de su dignidad y refuerza un sistema que no protege a quienes más lo necesitan. La lucha contra la revictimización debe convertirse en un eje central de cualquier estrategia de seguridad y justicia, garantizando que el acompañamiento y la reparación sean derechos fundamentales, no favores concedidos desde las oficinas gubernamentales.
A esto se suma la necesidad urgente de que las personas servidoras públicas y representantes populares practiquen la empatía con la ciudadanía. No se trata sólo de recorrer calles en tiempos de campaña, sino de entender las necesidades, angustias, sueños, anhelos y esperanzas de quienes diariamente enfrentan la precariedad y la violencia. La representación popular en tiempos de la Cuarta Transformación exige sensibilidad y compromiso genuino con las personas, un servicio público basado en la escucha activa y en la acción decidida en favor del bienestar común. Sin esta cercanía real con el pueblo, la política seguirá siendo un ejercicio de pantomima.
Recordemos los ejemplos de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum Pardo, quienes han demostrado que el verdadero liderazgo político debe estar arraigado en la empatía con la ciudadanía. Su forma de gobernar ha puesto en el centro a quienes históricamente han sido marginados, priorizando el bienestar social sobre los intereses de las élites. La cercanía con la gente, la atención directa a sus problemas y el compromiso con la transformación real son principios que deben guiar a todas las personas que aspiran a representar y servir al pueblo.
Este texto no pretende ser una crítica, sino una invitación, desde este humilde espacio para quienes ejercen el gobierno -a cualquier nivel-, a dejar de lado la fastuosa práctica de la simulación y asumir que los cambios no se decretan, sino que se construyen, desde abajo. El pueblo ya no necesita más promesas vacías ni más espectáculos mediáticos. Necesitamos gobiernos comprometidos con las causas populares, con la justicia real y con la paz que nace de la participación y la organización.
Porque la única transformación verdadera es la que se vive en las calles, no la que se pronuncia en los discursos.

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