Semillas, emojis & otros poemas airosos

Debió ser entre 2004 y 2005 cuando se presentó en la Casa del Poeta “Ramón López Velarde” la edición recién aparecida de las obras reunidas del escritor actopense Efrén Rebolledo (1877-1929); en aquella ocasión el evento se llevó a cabo en el sótano de aquella hermosa casona de la Colonia Roma, en donde su ubica la galería, y además fue presentado por el fallecido ensayista Sergio González Rodríguez, a quien debo reconocimiento y admiración.

La tarde-noche del 23 de marzo retomé aquel dato para iniciar mi turno de lectura de poemas, dado que la figura de Rebolledo es fundacional para la disciplina en el estado de Hidalgo, aunque hay que considerar que descendemos de los Toltecas, un pueblo con gran aliento poético.

En fin, sabía que en la pequeña sala de usos múltiples confluíamos autores de muy diferentes estilos y estéticas, pero también distantes en cuanto a edades; varios de ellos eran niños cuando ocurrió la mencionada presentación editorial y les sería interesante conocer ese detalle literario.

Y es que ante el relevo generacional muchos datos se desvanecen y tampoco es que se haga mucho periodismo cultural o investigación especializada. Es evidente que varios poetas noveles se encargan de ir labrando estupendos perfiles académicos y no están muy sumergidos en recuperar aspectos historiográficos o casi anecdóticos.

Pensé en ello al escoger “Safo una noche”, un remix poético de mi libro Loop Traicionero (2005), en el que me atreví a samplear el célebre poema “El beso de Lesbos”, que en su momento provocó todo un escandalo debido a su naturaleza erótica y que yo trasladé hasta un antro marcando mucha distancia con el contexto del escritor y diplomático que vivió entre 1877 y 1929.

Con ese texto inicié mi participación en la lectura llamada Semillas, emojis & otros poemas airosos, que se llevó a cabo como uno de los eventos alternativos del XIII Festival Internacional de Poesía “Ignacio Rodríguez Galván”, que organiza el bardo oriundo de Tizayuca, Jorge Contreras.

Aquella sesión tomó su nombre al aludir a Cantos para esparcir la semilla (2000), libro escrito por Diego José, quien además de ser un poeta de primerísima línea ha sido el formador de casi la totalidad de los participantes; por otro lado, lo de los emoticones viene de Emoji de algo muerto (2015), el poemario original de Martín Rangel, quien siempre se ha entreverado con la cultura pop y sus diferentes expresiones lingüísticas.

Más allá de que los escritores participantes procedemos de “La belleza airosa”, también la adjetivación de “airosos” se aplica al momento de salir “victorioso” y eso le daba otra posibilidad de interpretación a ese gozoso encuentro intergeneracional que se transmitió por las redes sociales de la Institución que nos acogió.

Ese 23 de marzo quedará en la memoria dado que fue la vez primera en que el poeta Daniel Fragoso mostrara en público escritos inéditos acerca del fallecimiento de su madre y luego de su paternidad; pudimos comprobar como nada sustituye a la vida misma y el sentimiento puede más que la perfección artística.

Como es usual, Diego José dictó cátedra y nos emocionó con historias de samuráis y parias; Martín Rangel se mostró muy confesional, mientras que Dahnia Montes nos trasladó a la infancia al tiempo que Nancy Ávila y Josué Ledezma se decantaron por explorar las profundidades del ser. No fue menor el impacto de León Cuevas sazonando la noche con su Sal de alacrán (2019)y cerrando haciéndonos volar con la potencia de un átomo desatado.

Al final, Roxana Elbridge-Thomas, quien dirige la Casa del Poeta, concluyó que a estas alturas no somos otra cosa que “personajes clandestinos”, pues nos movemos en las sombras de una sociedad que cada vez le muestra con mayor énfasis su desdén e indiferencia a la poesía. Ello es muy cierto, tanto como es estupendo sentirse alguien que se debe a la marginalidad.

Por Juan Carlos Hidalgo