DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Reconstruir el futuro

Los problemas que me aquejan no son los mismos que tienen las otras personas, quizá habrá semejanza, pero, indiscutiblemente, no son los mismos. Aquello que me pudiera presentar una problemática radical, de vida o muerte, no significa lo mismo para el resto de las personas. En una época de consumismo salvaje, el respeto a las diferencias y el conocimiento de que las posibilidades de los individuos son las que habrán de transformar al mundo, pueden ser el único aliciente para pensar en que otro futuro es posible. 

Michael Onfray, filósofo galo, declaró al diario El Mundo, hace unos meses, que: “El mayor problema de la sociedad actual es el narcisismo” abundando en el hecho de esta manera: “Delante de las pirámides de Luxor o del Coliseo romano, por ejemplo, he visto a gente con palos selfiehaciendo innumerables muecas y posturas. La selfie no es otra cosa que la prueba de que el mundo existe. Es decir, la prueba de la existencia de la Fontana de Trevi soy yo mismo delante de la Fontana di Trevi, así que la foto no está ahí para mostrar una obra de arte. Está ahí para demostrar que somos el centro del mundo y que las obras de arte son nuestro telón de fondo”.

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Según el filósofo, el turismo de masas lo ha destruido todo: “No basta con estar delante de una obra de arte; hay que decir que has estado en Venecia, que has estado en el Museo de la Academia y que has estado en la sala de pintura donde se encuentran los Carpaccios, por ejemplo. Sí, pero, ¿y qué? ¿Has hecho algún trabajo de investigación previo? ¿Qué representa esta obra? ¿Qué la distingue de una obra pintada un siglo antes o un siglo después?”.

A todas horas, la exploración del mundo y de lo que otras personas opinan del mundo y sobre lo que ellos creen que es el mundo, nos convierte en apostadores profesionales de sensaciones. Hace mucho se extinguió la posibilidad de que un solo líder de opinión extendiera su narrativa al punto de influir sobre la vida y desiciones de los demás. Nos conducimos sobre la rutina de la exacerbación de la información, validamos la oportunidad de la inmediatez y, como bien lo afirma Onfray, colocamos a la “violencia como el epicentro de la estrategia mediática. Tienes que generar expectación para ser escuchado: incendiar un banco, volcar coches, romper cristales, encadenarte a una verja, tomar rehenes… Si desafías amablemente al poder, los periodistas no vendrán a grabarte ni te preguntarán nada. “Evidentemente, no defiendo la violencia, pero sé que es la mejor forma de acceder a los medios de comunicación hoy en día. Las mismas personas que deploran la violencia invitan a sus noticieros y programas de opinión a quienes la practican o, al menos, reproducen imágenes de sus acciones en bucle mientras dicen, deleitándose: “Mira, ¡qué mal está esto!”.

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Si todo esta mal, los catastrofistas afirmarían que no hay futuro, pero lo cierto es que éste si existe, o como mejor lo dice otro francés, François Dosse: “El futuro ha regresado entre nosotros, pero ya no es el de los amaneceres esplendorosos, sino el de la catástrofe”. Y ahí es donde los intelectuales pueden tener de nuevo un papel. Ya no para prometer amaneceres esplendorosos, sino, citando a Camus, para “evitar que el mundo se deshaga”, tarea mayor, en realidad, que la de “rehacerlo”. Salgamos pues a reconstruirnos en él.