En plena época decembrina, un grupo de personas ha mostrado su racismo, clasismo y xenofobia al oponerse a la construcción de un albergue para niñas, niños y adolescentes migrantes en el boulevard Santa Catarina. Esta manifestación no solo revela la ignorancia de la realidad que enfrentan miles de migrantes, sino también la falta de empatía hacia quienes buscan una vida mejor.
El argumento central de los opositores es que la construcción del albergue atraerá delincuencia y pondrá en peligro a su comunidad, como si el simple hecho de ser migrante fuese sinónimo de criminalidad. Este tipo de estigmatización refleja más sobre sus prejuicios que sobre las personas que se encuentran en tránsito.
He conocido, en el último año, a migrantes de Venezuela, Colombia, Cuba, Nigeria y Rusia que han pasado por la zona metropolitana de Pachuca en su camino hacia Estados Unidos. Personas decentes, trabajadoras y llenas de esperanza que, lejos de ser una amenaza, enriquecen las comunidades por donde transitan.
Otro de los argumentos es que el albergue afectará la plusvalía de la zona. A estos manifestantes habría que recordarles que el boulevard Santa Catarina está lejos de ser un área exclusiva o de gran atractivo. De hecho, está a menos de tres kilómetros del relleno sanitario del Huixmí, que lleva años contaminando el suelo y el agua de la región. Santa Catarina no es precisamente Champs-Élysées, y pretender usar este pretexto para frenar un proyecto humanitario es no solo absurdo, sino moralmente reprobable.
Además, estos niños y adolescentes no vienen para quedarse; están de paso. ¿Quién dejaría su hogar, cruzaría miles de kilómetros, y elegiría Pachuca como destino final? No confundamos un punto de descanso con una intención de residencia permanente.
Estamos a pocos días de celebrar la Navidad, una festividad que simboliza hospitalidad y empatía. Si estos manifestantes hubieran vivido hace 2024 años, seguramente habrían impedido que María y José llegaran a Belén, negándoles un lugar donde pasar la noche.
Ojalá esta temporada invite a la reflexión y a la empatía. Dar cobijo y alimento a quienes lo necesitan no solo es un acto de humanidad, sino un recordatorio de que todos, en algún momento, hemos necesitado la ayuda de otros para seguir adelante.
*Esta columna se toma un descanso hasta enero. Felices fiestas.*
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