Gervasio Robles apareció en la historia de las revistas mexicanas como protagonista de “Los Monederos falsos” en 1975. Surgido de la pluma del escritor, Daniel Muñoz Martínez, El Pantera, como fue popularmente conocido, sintetizaba en un mismo volumen, las características de la novela policiaca con la picardía y creatividad del doble sentido, el albur, el caló de la clase trabajadora de la capital del país y la realidad de un México en vías de industrialización en la década de los años ochenta del siglo pasado.
Icono de la novela gráfica, impreso en color sepia y portada a color, presentado como una novela gráfica de bolsillo, el universo de El Pantera, fue reflejo de la estética del México de la devaluación.
Aida Ramírez apunta sobre este personaje: “La primera vez que lo vi me impactó; su presencia generó controversia, gusto y apego. Medía uno setenta y tantos de estatura, ojos verdes, labios extra gruesos, nariz chueca de tanto guamazo, cabello negro, rizado y grasoso, con un mechón blanco del lado izquierdo. Parrandero, bruto pero noble, feo como él sólo, y aún así ligador profesional, se llamaba Gervasio Robles, mejor conocido como…El Pantera”.
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“En una entrevista publicada en El Pantera # 100 (2004), Muñoz Martínez recordó un pasaje de su infancia: una tarde en la colonia Obrera, precisamente en la Panificadora Churubusco, el maestro del turno de bizcochos se acercó a El Trompo, un panadero oriundo de Oaxaca, fuerte y moreno, con ojos color acero y pocas palabras, quien si bien no era un bravucón, poseía una violencia innata. Esta persona le pidió a El Trompo que le diera un susto a otro de sus colegas panaderos, a cambio de 50 pesos. Dame cien y lo mato, fue la respuesta sorpresiva y casi inmediata de El Trompo.
“Ese modo tan desenfadado de hablar de cosas tan serias me cautivó”, señaló Muñoz, quien a partir de esa personalidad construyó a su creación más famosa. Cabe mencionar que el apodo de El Pantera provino de la tradición que el mismo Muñoz vivió en la Colonia Obrera, donde todo aquel que se dignase de “ser alguien”, debía tener un apodo (por cierto, el suyo era Compadre). “En México, a los cuates que son entrones y muy sacalepunta se les designa como Panteras”, subrayó Muñoz, al evocar la palabra que bautizó a su personaje.
Durante la primera década del siglo 21, en 2007, la empresa Televisa vía Rodolfo de Anda Gutiérrez y Alexis Ayala, en su afán de incursionar en las tendencias globales de crear series televisivas lanzó tres temporadas basadas en los personajes de Daniel Muñoz, pero traídas a una realidad de la guerra del narco, la trata de blancas y la delincuencia organizada de aquella era. Con un Luis Roberto Guzmán que no alcanzó a representar la comicidad y chispa del personaje de papel y un Ignacio López Tarso en plena senectud, quien no logró representar el cinismo y poder del General Ayala, la serie no cumplió con los estándares esperados por una generación de sexagenarios que habían pasado su adultez consumiendo las historietas de los ochenta.
Para algunos miembros de mi generación, quienes encontramos en las páginas de El Pantera un primer o segundo acercamiento a las historietas para adultos, creo que aún, ahora, tenemos una deuda, por lo menos de conocimiento y reconocimiento con este personaje de la literatura policiaca ilustrada. Pienso que quizá, El Pantera es para algunos de nosotros, lo que en su tiempo fue Kalimán para los de las generaciones anteriores a la mía.
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