“A estas alturas conocemos casi todos los indeseables efectos del llamado síndrome del impostor, ese sentimiento de insuficiencia que puede surgir en la mente cuando se cree que todos los demás se han ganado su lugar en la mesa, pero no uno mismo. Este síndrome (que afecta a un 70% de los trabajadores, según The Journal of Behavioral Science, y que aunque es más frecuentemente femenino también afecta a los hombres) hace que se dudes de ti mismo en secreto, que pienses que eres un fraude e inferior al resto y, lo que es peor, te mantiene en alerta todo el rato porque temes que en cualquier momento te vayan a descubrir. Si he llegado hasta aquí, piensan aquellos a los que les afecta, es por pura suerte”, esto que apunta Amaia Odriozoia en El País, me hace pensar en, cuántas veces, la idea que tenemos sobre nosotros mismos nos ha frenado para la autorealización. O bien, ¿cuántas veces nos hemos autosaboteado?.
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Odriozoia también señala en su artículo: “Una de las conductas a las que suele llevar este síndrome es ponerse a trabajar jornadas maratonianas en un intento de alcanzar objetivos casi irrealizables. “Tiende a pasar que estas personas trabajan más y más horas, pueden volverse muy perfeccionistas o comenzar a procrastinar su trabajo”, explica Halliday. Esto, en lugar de hacerles sentir más seguros, sienta un precedente poco saludable sobre los límites del trabajo y puede empujarles, irremediablemente, al llamado “burnout”. El costo económico del síndrome del impostor también repercute en las empresas porque básicamente tienen a personas con talento que, aunque son buenas e incluso muy buenas en sus funciones, están trabajando en exceso. Así que están exhaustas y estresadas. Esto afecta a la forma en la que el cerebro procesa la información: cuando estamos estrenados el coeficiente intelectual se reduce en 13 puntos (según un estudio de la Universidad de Princeton de 2012)”.
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Mathew Killingsworth, profesor investigador de la Universidad de Harvard, descubrió en sus estudios del ser humano y su entorno laboral que “ser feliz es la llave maestra para que las personas sean más productivas en la sociedad y alcancen el progreso individual”. E incluso, afrima que “las personas obtienen más felicidad en un buen entorno laboral que con un aumento de sueldo”. Estos puntos de vista se ensamblan en el ánimo concialiador de las humanidades. Ángel Gabilondo lo explica de una mejor manera, al dicertar sobre el sentido del ir en conjunto a una meta, afirmando: “Suele decirse que importa en primer lugar saber a dónde deseamos ir. No es insensato. Sin embargo, no es menos importante conocer por dónde estamos y quiénes somos. No es suficiente con el imprescindible horizonte. Bien se conoce la importancia del camino. Asimismo considerado como fin y como resultado. Y de los caminantes. De lo contrario, no suele tardarse en posponerlo todo para la meta, que acostumbra, casi siempre, a tardar en llegar. Por eso, la propia errancia es a la par forma de vida. Y al decir “vamos” eso ha de suponer que ya nos hemos situado en condiciones de caminar juntos, en condiciones de proseguir la travesía conjuntamente sin exclusiones”.
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