El domingo pasado murió Porfirio Muñoz Ledo. Tenía 89 años. Político, analista, severo juez del México con que convivió, privilegiaba sus conceptos por encima de relaciones afectivas. Un ejemplo en los últimos años se dio con Andrés Manuel López Obrador a quien al presidir el Congreso le entregó la banda presidencial en el lejano 1918. Hay videos, imágenes de ese importante acto en el que también participó Enrique Peña Nieto, mandatario saliente.
AMLO se sumó a las condolencias por el deceso: “Lamento el fallecimiento de Porfirio Muñoz Ledo, con quien por mucho tiempo tuve coincidencias. Las discrepancias no borran los buenos y largos momentos de amistad y compañerismo; mucho menos su legado político. Abrazo a sus familiares y amigos”, escribió en sus redes sociales.
Un no entendimiento entre ambos se dio cuando Muñoz Ledo pasó a ser indeclinable crítico de su gestión, incluso pidió que se votara en contra del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Igualmente, se opuso en varias ocasiones a las decisiones de AMLO en temas de política migratoria, el manejo de la pandemia y la extensión de la presidencia en la Suprema Corte.
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Y llegó a más, señalando que López Obrador mantenía supuestos vínculos con el narco, esto en su participación en XL Reunión Plenaria de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina (Coppal).
El Ejecutivo nacional respondió a Muñoz Ledo y calificó sus aseveraciones como “corrientes” y “vulgares”. En un párrafo se condensa lo expresado por AMLO: “Es realmente muy corriente, muy vulgar esto, lo lamento porque el licenciado Muñoz Ledo me conoce muy bien y se atreve a sostener que el gobierno tiene vínculos con el narco; es un juicio sin fundamento, temerario (…). Si tienen pruebas que las presenten, que dejen de calumniar, es muy lamentable, vulgar, bajo”.
El tiempo aniquila algunos, o muchos espacios de memoria. Pensaría que, en 2000, Porfirio Muñoz Ledo fue aspirante a la Presidencia de la República, por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, aunque se recuerda que se sumó a Vicente Fox, panista. Esto se lo cuestionaron.
Un sábado, alrededor de las once la mañana, arribó Muñoz Ledo en el periódico donde yo trabajaba, El Sol de Hidalgo. Lo acompañaba una comitiva numerosa. Ya nos habían informado de su visita.
La instrucción de mi superior, quien no se encontraba en Pachuca, fue clara y breve: no cuestionamientos sobre su aspiración, y escuchar y apuntar textual lo que el señor expresara.
Lo recibí, sus simpatizantes esperaron tranquilos. Fuimos al fondo de la redacción. Había un escritorio y dos sillas; frente a frente, él y yo. Se acomodó e hizo una de esas señales que se interpretan cómo “¿empezamos?”.
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Musité un “dígame, licenciado”. De pronto, en clara sensación de cansancio, entendible por sus largas jornadas, me miró, así, muy de frente, y preguntó, sonora la voz: “Oiga, que, ¿aquí, no invitan ni un café?
No había ese servicio, pero yo, de vez en cuando me preparaba un café, pero sin azúcar. Musité un “permítame” y acudí con la joven Irma, mi compañera y amiga, encargada del servicio telefónico. Le expliqué. Como siempre, atenta, me dijo que ella se lo llevaba al distinguido político. Un tanto atropelladamente encontré una taza limpia, sin platito, cuchara y Nescafé. Ella consiguió azúcar y lo colocó en el escritorio.
La entrevista no lo fue; monólogo, sí. Entregué nota objetiva, con imágenes. Y hasta ahí.
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