Ayer estuve recordando unos versos de Rafael Cárdenas que dicen: “Cuanto he tomado por victoria es sólo humo./ Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entre leer es tu letra./ Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje/ que traías, más precioso que todos los triunfos./ Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme./ Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas./ Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo./ De puro amor por mí has manejado el vacío que tantas noches me ha hecho hablar afiebrado a una ausente./ Por protegerme cediste el paso a otros, has hecho que una mujer prefiera a alguien más resuelto, me desplazaste de oficios suicidas./ Tú siempre has venido al quite”.
Es curiosa esta percepción de la salvación derivada del fracaso, pues ella misma me condujo al filósofo Ciorán, quien decía que: “por regla general, los hombres esperan la decepción: saben que no deben impacientarse, que llegará tarde o temprano, que les concederá los plazos necesarios para que puedan entregarse a sus actividades momentáneas. Con el desengañado sucede de otra manera: para él la decepción sobrevino en el momento mismo de la acción; no necesita acecharla porque está presente. Al liberarse de la sucesión, ha devorado lo posible y convertido el futuro en superfluo. «Yo no puedo encontraros en vuestra futuro, dice a los otros. No tenemos un solo instante que nos sea común.» Y es que para él, el porvenir en su totalidad está ya ahí. Cuando se percibe el fin en los comienzos, se va más aprisa que el tiempo. La iluminación, decepción fulgurante, otorga una certeza que transforma al desengañado en liberado”.
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Algo que se emparenta con esto que afirmó Liliana Dercyé, al señalar que: “Para algunos el fracaso es algo que debe ser soportado. Estas personas consideran que solo soportándolo, estarán preparados para los posteriores desafíos de la vida. Para otros, el fracaso es el final. Los cierra, y los deja menos capaces, con menor auto-confianza, con menores recursos para manejarse en la vida y mucho menos, para afrontar las adversidades o para re-iniciarse en algún asunto sea éste del plano laboral, amoroso, de estudios, etcétera. No obstante, a diferencia de lo que se cree, el más grande beneficio que el fracaso puede aportar no es el de templar un espíritu o construir un temperamento. Ni siquiera esto es válido para un proceso de aprendizaje.
El fracaso puede constituirse en la parte única, la mágica y la más poderosa en la vida de alguien. El fracaso contiene las semillas del éxito decía una voz sabia. Esto ocurre cuando permitimos que la parte sustancial del fracaso se convierta en bendición, en bisagra que abre esa puerta inadvertida. El fracaso contiene información valiosa. Adecuadamente utilizados, los registros derivados del fracaso tienen el poder de definir el cierre y final de un suceso de larga data. Visto desde esta óptica, no es de extrañar el que el fracaso resulte en muchas historias de lucha y experimentación, ese elemento esencial que trajo frutos no previstos y sorpresas gratas jamás imaginadas”.
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Tal vez sería tiempo de pensar en las ocasiones que nos hemos estampado contra el muro del destino. Recordad todas aquellas veces en que el fracaso fue nuestro verdugo, nos rompió el alma y de la sangre que emanó en sus heridas bebimos hasta saciarnos. Mirar los precipicios tocados a la vera del tiempo, reconstruirnos sobre esos pasos que dejamos andados. Dejar de contemplar el árbol con el que chocamos y comenzar a ver el bosque que tenemos frente a nosotros.
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