Tomás de Aquino afirmaba: “el amigo es querido como la persona para la que se desea algo; de esta manera se ama el hombre a sí mismo”. Es decir, a través del reconocimiento que tengo de otro individuo como mi par, estoy siendo yo mismo. Sin embargo, no fue el primero en señalar algo parecido, antes, el propio Aristóteles, dijo: “la más sublime forma de amistad es la que se parece al amor que uno siente por sí mismo”.
En su elogio de la amistad, Emilio López-Barajas Zayas apunta: “los griegos reflexionaron singularmente sobre philía, amor recíproco que incluye el afecto sereno, la estabilidad y la benevolencia mutuas. Y lo diferenciaron de otras formas de amor: concretamente del eros, el deseo amoroso que aspira a la unión y que puede estar cargado de pasión sensible. Usaron poco el término ágape, con el que designaban el amor a las demás personas, éste último caracterizado por ser independiente de la exigencia de reciprocidad, ya que es un amor más espiritual que sensible y que conlleva valoración, respeto y aprecio. Con el término storgé significaban el amor familiar paterno-filial, propio del cariño y la ternura”.
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Como en la bodega en la que se cría el buen vino, la bodega de reserva del amor es la familia. El amor familiar no es una trampa cultural, sino un campo adecuado para crecer en el amor. El término “philía” se traduce por “amistad”, y resulta interesante comprobar que en la literatura, ya desde aquellos momentos de oro del teatro, el famoso personaje de Antígona dice: “No he sido hecha para odiar, sin para amar”, y en su original griego no emplea ni el término “eros”, ni la voz “ágape”, emplea el verbo “phileín”, que en el griego clásico tenía el sentido de solidaridad, entendida no sólo entre hermanos y amigos, sino también con cualquier otra persona”.
En el mundo occidental, la cultura cristiana ha sido la encargada de enviar al olimpo de la importancia a la amistad, colocándola más allá de la simple convivencia y dotándola de un valor incuantificable, a tal grado de posicionarla como un principio básico para el comportamiento de los sistemas sociales. Argumentada en el aforismo teológico revolucionario que permanece en el ADN de nuestra realidad por el sentido intrínseco: “Este es el mandamiento mío, que os améis los unos a los otros como yo os he amado” Si lo pensamos, el amor y el odio mueven al mundo. La amistad y la enemistad son las guías de ambos.
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Esto me hace recordar a Hermes Trismegisto, padre de la sabiduría egipcia, de la astrología y descubridor de la Alquimia, autor del Kybalion, donde señala el Principio de Polaridad el cual dice: “Todo es doble, todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son medias verdades, todas las paradojas pueden reconciliarse”. Es decir, todo es dual y tiene dos polos, dos caras de la misma moneda y, los “opuestos” son en realidad, los dos extremos de la misma cosa. Frío y calor son una misma cosa: temperatura; con una diferencia de diversos grados entre ambos. El “bien” y el “mal” no son sino los polos de una misma y sola cosa. A lo cual agregaría, esa misma cosa es la vida.
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