Garlito
Existen personajes, personalidades y maestros, que sin proponérselo se convierten en guías, ejemplo o inspiración, para hacer suyas muchas ideas que en la cabeza revolotean y más aún cuando la juventud, campea en nuestro tiempo; una charla, una lección gramatical y ese olfato periodístico que a pocos se les da, un brindis oportuno en una barra de cantina, a ritmo del rodar de los dados del cubilete, el clásico “un chupito primero” y con una mirada dura pero benévola su otro clásico, “salud, joven reportero”; hay seres humanos que prenden y son perversa chispita que incendia la pradera.
Fuiste
No solo hay que decir las cosas, sino decirlas bien, no solo hay que escribir periodismo, sino escribirlo bien, ser reportero que indaga, investiga y corrobora, encontrar la objetividad o la farsa, entre la verborrea política de los políticos y desentrañar esa verdad, para que la comprenda el lector común, para informar de manera sencilla pero contundente al pueblo y deje a un lado su apatía; pocos, muy pocos saben redactar como Dios manda, todos necesitan un buen curso de redacción, ortografía y periodismo, vocación y respeto a este oficio al cual, solo los arriesgados y valientes, se adentran realmente a este trabajo; entre fuertes golpes, con los nudillos a la barra y un gruñir leonino, a ti te daré un curso, para que usted sea un chingón: Don Anselmo Estrada Alburquerque, mi maestro con dignidad.
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A lo largo de su fructífera vida, dentro y fuera de los medios, Don Chemo, tuvo decenas de alumnos y alumnas, en las distintas salas de redacción de los antiquísimos periódicos, cuando se peleaba la nota y todos intentaban decir su propia verdad, no como ahora donde hasta eso está uniformado; cuando ser reportero era una verdadera vocación, forjador de personas que al tiempo son periodistas por buena o mala fortuna, algún día tuvieron de jefe de redacción o información a este pachuqueño, que entre otras muchas cosas, fuera uno de los decanos del periodismo en Hidalgo, célebre tahúr de los dados, caballero en el triunfo y la derrota; ¡salud!
Mío
Incendiario por naturaleza, provocador e intransigente en momentos, anecdotario permanente de aventuras reporteriles, andador de los vericuetos del idioma, dualidad entre la seriedad de la profesión y la guasa del bar, entre plática y plática, fue alimentando la semilla del periodismo o mejor, maduró esa incipiente semilla que creció en mí y en mucho gracias a Don Chemo, se fortaleció y determinó que el trabajo reporteril y el periodismo, fuera mi modo de vida; los verdaderos maestros son los que no se proponen enseñar y mediante sus actitudes en todos los ámbitos, son lecciones de vida, la honestidad en el trabajo y el profesionalismo son los únicos adjetivos para un periodista, decía, mientras calificaba los exámenes de sintaxis y ortografía, por allá en 1993 en canal 3.
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Observar su grande figura, su risa burlona, bufona y grosera a veces, daban a las cantinas de los viejos barrios, un toque de celebridad, de intimidad pachuqueña e igualdad de condiciones, albañiles, mineros, vagos, periodistas, todos juntos en torno al maestro, si estaba de buenas; tertulias agradables, recuerdos de infancia y trabajos duros, pocas críticas al trabajo de los medios pero directo contra los comercializadores de la verdad, sentado en una esquina observando en penumbra, susurrando con su más destacado alumno y amigo de igual prosapia, Jorge Martínez, prendiendo la mecha de la inocente polvorita, haciendo que la perversa chispita, incendiara la pradera interna de aquellos que optamos por esta hermosa profesión de ser periodista.
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