Dicen que “lo que le da sentido a lo vivido es la experiencia”, cada evento en la vida es parte de la historia completa, sin embargo, fortuitamente, es posible decidir a qué le otorgamos más o menos importancia, existir es reconocer el papel preponderante de la actitud que asumimos, distinguir la riqueza de lo que aprendemos y adquirir la sabiduría de cómo y cuándo empleamos este conocimiento.
Darnos cuenta y comprender como participamos en lo que nos ocurre, es el principio de la indispensable autorresponsabilidad para crear la vida que deseamos y dejar de señalar a otros como culpables de la propia insatisfacción o responsables de la felicidad personal.
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No es el entorno el causante de como nos sentimos, por supuesto, beneficia o afecta, pero principalmente está en la propia mente el cómo interpretamos y nos contamos lo que sucede afuera, sin caer en el autoengaño o la fantasía desbordante es posible concebir una realidad menos agobiante y por mucho más independiente emocionalmente, el camino de una vida plena inicia con la conciencia de que nuestro bienestar nos atañe a nosotros, y claro, los vínculos de calidad enriquecen nuestra existencia, pero qué hacer con esta es una responsabilidad absolutamente personal.
No hay vidas ni personas perfectas, la gente más sabia, inteligente y exitosa que conozco se ha equivocado en repetidas ocasiones y en la mayoría de estas han decidido darle un sentido adecuado al pasado y emplear en el presente la madurez obtenida.
¿Cuántas veces te has preguntado por qué ocurrió? ¿Por qué alguien se portó de alguna forma contigo? ¿Por qué, por qué, por qué…? Y si bien, analizar ciertas causas es propicio para saber las opciones o los procesos que no hay que repetir, también es cierto que un sinfín de “porqués” se quedarán sin respuesta, o por lo menos sin la esperada, admitirlo resulta más productivo: es preferible “cambiar el por qué al para qué”, ya que en este último hay mayor posibilidad de actuar en consecuencia.
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¿Para qué nos sirve lo que hemos vivido? Los desaciertos, lo afortunado, las lágrimas, los encuentros, las despedidas, los principios, los finales, ¿qué hacemos con lo vivido? ¿Dejamos que se convierta en un trauma que nos afecta y nos marca negativamente o actuamos para transformarlo en una experiencia que nos beneficia y fortalece? ¿Nos instalamos en la nostalgia y la añoranza de la dicha pasada o la generamos en el aquí y el ahora?
Por supuesto, hay situaciones que no se hubiera deseado atravesar, que no se quieren repetir por nada, y ante esto, ¡qué importante es descubrir que puede haber una connotación positiva!, aún si es mínima, porque a pesar de no resultar sencillo si profundizamos en lo vivido es viable darle un sentido y hacer (en lo que nos corresponde) lo posible por evitar que se repita continuamente.
En cuestión de experiencia todo sirve y todo suma, darle una razón, un sentido a lo que se ha vivido es crecer y si nos involucramos también en el autoconocimiento y la inteligencia emocional tendremos cada vez más herramientas para responderle a la vida, disfrutarla y celebrarla como lo amerita.
La generosidad de la vida es que si bien no sabemos cuánto vamos a estar aquí, si nos permite elegir cómo hacerlo, con todo lo que implica: estar dispuestos a recomenzar si es necesario, reinventarse si hace falta, detectar cada “para qué” y transitar por este mundo con más gratitud qué queja, con más disposición qué pretextos, con más de lo que nos aporte energía, la tristeza permanente, el miedo, la ira repetida desgastan, distraen… y la vida no nos requiere distraídos sino despiertos, dispuestos y comprometidos, listos para autogarantizarnos que nuestro paso por aquí nos habrá beneficiado y que también, habremos enriquecido la existencia de otros.
¿Sabes cuál es tu para qué de cada día?
¡Feliz 2022!
Te abrazo
Lorena Patchen
Psicoterapia presencial y en línea
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