Sobre la procuración de justicia se ha escrito mucho, más recientemente, a partir del funcionamiento en nuestro país del sistema penal acusatorio. Hay abundancia de estudios técnicos al respecto, jurídicos y desde otros ángulos afines, así como opiniones sobre casos en particular, análisis periodísticos, novelas, dramatizaciones ficticias y otras basadas en hechos reales. Hay también historias institucionales, memorias legislativas y judiciales, estadísticas, biografías de personas expertas y productos fotográficos y de cine que aluden al funcionamiento del Ministerio Público, y en torno a este, estudios desde su aparición en nuestra ingeniería constitucional en 1917, y de derecho comparado.
Existen también testimonios personales de quienes han trabajado en y para la procuración de justicia. En ese rubro se pueden leer opiniones y propuestas sobre aspectos técnicos policiales, periciales y ministeriales, de quienes ejercieron los altos mandos o se desempeñaron a ras de suelo. Igual narraciones de nota roja hechas por quienes reportean en “la fuente” para los medios, verídicas, bien documentadas unas, tendenciosas, inverosímiles y hasta fantasiosas otras, incluidos los montajes para la información televisiva, de funestas consecuencias.
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La Academia Mexicana de Ciencias Penales, el Instituto Nacional de Ciencias Penales, INACIPE, y el de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, tienen en sus catálogos una extensa bibliografía a la que se suman publicaciones de la antigua Procuraduría General de la República, hoy Fiscalía, y de sus similares en las entidades federativas. Editoriales universitarias y privadas cuentan también con numerosa edición del tema.
Si bien ese material ofrece una visión de conjunto de la procuración mexicana de justicia, no recuerdo una historia como tal, donde se condense el desarrollo mostrado en los más de cien años de su funcionamiento con claros y oscuros, momentos estelares y actuaciones deplorables, e incluya los ordenamientos normativos, mediciones, avances y retrocesos, personajes, espacios materiales, literatura –Justicia, de Gerardo Laveaga, Una novela criminal, de Jorge Volpi, Salvar el fuego de Guillermo Arriaga-, y arte que ha inspirado, por ejemplo los murales de Rafael Cauduro en el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que nos recuerdan la práctica de la tortura.
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En la línea testimonial circula recientemente un grueso volumen, resume la vida profesional de Javier Coello Trejo, (El Fiscal de hierro, memorias. Planeta, 2021) narrada por el propio abogado en el tono y lenguaje característicos de su personalidad. Principal de la narrativa es su paso por la procuración de justicia en diversas etapas, de la inicial en su natal Chiapas como agente del Ministerio Público, a la Subprocuraduría de la República en el gobierno del presidente Carlos Salinas.
Valioso relato biográfico de varias aristas: jurídica, familiar, política, texto inteligente y ameno del que, además, debe hacerse identificación de personajes, sucesos y lectura entre líneas.
Para quienes han transitado esos caminos, las estampas en los detallados párrafos describen situaciones entendibles, en ellas hay conocimiento, arrojo, lealtad, temeridad y temor, lo que en algún momento se siente en el ejercicio de esas responsabilidades; sin embargo no dejan de asombrar algunos pasajes que son, sin duda, los que distinguirán al personaje frente a lectoras y lectores que se adentren en sus líneas.
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