México intenso

Centro histórico de la Ciudad de México, domingo por la mañana. Cientos de ciclistas disfrutan de las calles y avenidas de la gran capital en el circuito establecido para ello cada fin de semana. Van en solitario, con parejas o en grupo, pedalean desde temprano y hasta cuando el sol está por todo lo alto.

En una megalópolis el ciclismo lo mismo es deporte, diversión y convivencia, regalo para el cuerpo sujeto a los horarios laborales de la semana, espacio de convivencia familiar o fuga a las tensiones de la urbe. Para sus practicantes hay en ello un disfrute y, seguramente el mensaje de aspirar a un medio ambiente sano.

La imagen ya usual de hombres y mujeres de todas las edades en esa rodada dominguera, refleja también el reclamo por convivencias más amables, sin agresiones por el medio de transporte elegido y contribuye en la construcción de una cultura donde la persona humana esté en el centro.

Así también, otros cientos de personas dirigen sus pasos hacia el viejo centro y coinciden en una de las actividades culturales más significativas del país: la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, este año nuevamente en su formato presencial.

Ahí, al amparo de las añosas bóvedas, escalinatas y columnas majestuosamente diseñadas por el gran Manuel Tolsá, hay un encuentro en torno al libro y su ambiente. Los intereses para estar allí son otros, pero igualmente reflejan el interés de una nutrida franja de la población.

El libro convoca a quienes se interesan por la lectura, la ciencia, las artes, la cultura, en fin, por el conocimiento en todas sus manifestaciones. Conviven ahí autoras y autores, empresas editoriales y profesionales de la edición, instituciones públicas y privadas, artistas y colectivos, siempre con algo interesante por decir y proponer.

La feria de Minería es un referente obligado del país, e igual motivo de discrepancias. Al final ganan sus bondades y despiertan la imaginación de sus detractores para abonar, desde otras perspectivas, a un mismo fin: la difusión del conocimiento y la discusión de las ideas.

Algunos miles más –preliminarmente 500 según cifras oficiales-, acudieron a otro compromiso en el corazón de la ciudad y llenaron la Plaza de la Constitución en una manifestación de rechazo a la modificación de las normas electorales nacionales.

Por enésima ocasión el Zócalo, ese emblemático espacio de la República, alojó en su magnificencia una masiva expresión ciudadana. Por ese hecho ya alcanzó un significado para la vida del país, como lo han tenido todas las anteriores, a favor o en contra de algo o de alguien, a lo largo del siglo XX y hasta los días actuales.

Esas tres estampas de domingo vividas en el ombligo del país, son reflejo nítido de la intensidad nacional. Díganlo si no su diverso contenido, diferencia participativa, impactos y trascendencia. Son imagen de conjunto trasmisora de la pluralidad mexicana constante de costa a costa del territorio.

Mientras hay quien en bicicleta disfruta su hábitat, a otras y otros complace recorrer patios y salones de nuestra herencia histórica entre libros y sus presentaciones. Muchas y muchos más hacen política manifestándose públicamente, como es su derecho.

Todo eso, posible en unos cuantos kilómetros a la redonda, sin alteraciones a la convivencia normal, pacífica, respetuosa, en un Estado democrático de derecho, es nuestra gran fortaleza como nación.

No nos espanten las divergencias. Agradezcamos tenerlas, son la salud del Estado. Escuchémoslas con respeto y debatámoslas con inteligencia. El norte es la Constitución.