Hicimos y hacemos historia. Dimos y damos espacios a la cultura, al arte, a la memoria, a la noticia, a la enseñanza. Ofrecimos y ofrecemos contenidos originales y de calidad. Fuimos y somos defensores del pensamiento independiente y la crítica. Recorrimos y recorremos vías que apelan a la imaginación y la creatividad. Sin prejuicios, sin exclusiones. Por convicción, por ética. Con la voz, con la tinta. Mediante el más noble, fértil y neurálgico de los sonidos abiertos al mundo: la radio.
En Radio Educación cumplimos un siglo. Efeméride secular desde el genético 1924, cuando el oaxaqueño José Vasconcelos creyó en los mensajes aireados y dispuso su aliento vital, y cuando la pachuqueña María Luisa Ross Landa los dirigió en aquellas primeras ondas educacionales a través del éter. Una centuria durante la cual nació, en 1933, esa pequeña gran obra para ocho instrumentistas que compuso el durangueño Silvestre Revueltas, ex profeso para su trasmisión por la emisora de la SEP: Ocho por radio. Cien años que en 1968 vieron resurgir de sus cenizas a una nueva radio, impulsada por el jalisciense Agustín Yáñez y puesta a caminar por la poblana María del Carmen Millán.
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Quienes tenemos el privilegio de trabajar ahí nos sentimos culecos. Apapacha nuestro ego el sabernos parte de su centenario. Estamos conscientes de ser activos de tal patrimonio inmaterial de la humanidad, el de ser la decana y la más importante radio cultural de México. Sin embargo, habríamos querido llegar a esta fecha en condiciones laborales menos indignas e injustas, no en la precariedad a la que nos han sumido. Tenemos derecho porque cumplimos una misión primaria, no decorativa, no prescindible. Así como se proclama que “Sin maíz no hay país”, vale que sus emisores y sus receptores pregonemos “Sin Radio Educación no hay nación”.
Una sola persona oyente, una nada más, urgida de nuestras producciones, de nuestro estilo charlado y coloquial ante el micrófono, de la música universal y de todos los tiempos que programamos en cada jornada, del respeto a su comprensión e inteligencia como público, bastaría para darle el justificativo porqué a la permanencia —mejor presupuestada, para empezar— de esta radio hoy cumpleañera. ¿Por qué entonces olvidar a los miles de seres radioeducaditos que nos sintonizan y que hemos vuelto, gracias a su fervor hacia nosotros, radioeducadictos? ¿Por qué no atender sus imperativos de compañía, de identificación, de tenernos como eco de sus sueños personales y colectivos?
Tú, radioescucha; yo, radioemisor. Igual de chiflados y tercos en seguir siéndolo. Igual de ilusos y todavía crédulos en la comunicación como panacea y en la radio como fiel vehículo. Igual de fanáticos compinches de nuestra palabra hablada. Tu radio mía. Mi radio tuya.
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