YOLANDA

Lo normal es la violencia

Cada cierto tiempo nuestra realidad, las redes sociales y los medios de comunicación se ven cimbrados por el recordatorio de la cotidiana violencia sexual que enfrentamos la mayoría de las mujeres. Esta vez esas conversaciones fueron detonadas por las denuncias públicas de Nath Campos, Ixpanea y otras chicas que valientemente han decidido alzar la voz y contar sus historias, profundamente dolorosas, pero con las que seguramente nos hemos identificado. La discusión se centra en dos polos: quienes les creemos y las defendemos y quienes denostan sus denuncias amparados en comentarios sexistas, machistas, misóginos.

Ninguna mujer que conozco ha crecido sin haber escuchado alguna vez de otras mujeres, de sus padres y en sus escuelas, que debemos cuidarnos, principalmente de desconocidos, de “enfermos”, de “bestias” y “monstruos” porque al parecer un agresor no puede ser una persona… ¿O sí?

Los agresores son personas: son padres, esposos, novios, hijos, tíos, primos, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, maestros, compañeros de escuela. Los agresores también pueden ser mujeres. Y también podemos ser víctimas, agresorxs y cómplices al mismo tiempo.

Convivimos día a día con ellos, puede ser que con nosotrxs siempre hayan tenido un comportamiento ejemplar, pero eso no significa que, en el pasado, el presente o en el futuro se conviertan en el agresor de alguien más.

No, no están enfermos. Ni son unas bestias o monstruos. Son en su mayoría hombres que están cumpliendo con el mandato patriarcal que les corresponde: para mantener el poder hay que oprimir.

En el enfoque psicosocial se menciona que a las víctimas nos hacen creer que nadie más ha sido violentada, que la culpa es nuestra, que estamos solas. Sin embargo, en un sistema donde las mujeres y otrxs personas somos catalogadas como ciudadanas de segunda, propiedad de otros, la normalidad es la violencia. Lo normal es quedarse callada. Lo normal es denunciar y que no pase nada. Lo normal es que te digan que exageras. Lo normal es que nadie te crea que fuiste agredida. Lo normal es la impunidad.

Esto es lo que tenemos que cambiar ¿Han visto las reacciones de todo el mundo con la expresión: todos los hombres son agresores? La gente se pone a la defensiva, juran conocer al menos a varios sujetos que no lo han hecho, pero ¿De verdad podemos asegurarlo?

Nombrarnos feministas, querer erradicar la violencia en contra de otras, conlleva el amargo compromiso de reflexionar y de entender que probablemente amamos a agresores, violentadores, discriminadores que muy probablemente nosotras hemos agredido, violentado o discriminado a alguien.

Es por eso que en este contexto decir “yo te creo” es muy poderoso. Porque cada denuncia es un grito y nosotras lo convertimos en un eco que llega a otras que como nosotras están cansadas y hartas de la violencia. Ese eco corrompe esta normalidad violenta, nos arropa y acompaña para que quizás un día lo normal sea conseguir justicia.


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