Las personas vivimos en comunidad y nuestra existencia surge en relación con los otros: para ser hijo, necesito tener un padre y una madre, para ser esposo, necesito una esposa, para ser padre necesito tener un hijo, para ser docente requiero de un alumno, es decir, a los humanos nos caracteriza la relacionalidad; en el contacto, nos influimos mutuamente, somos distintos en cada relación. Cuando a alguien le reconocemos como un líder o una lideresa, estamos aceptando que ejerce una fuerte influencia en los demás o en determinado grupo social. Quiero abordar este tema desde la mirada de la Inteligencia emocional.
El concepto de “inteligencia emocional” fue introducido por Salovey y Mayer en 1990, la definieron como “la habilidad para controlar los sentimientos y emociones en uno mismo y en otros, discriminar entre ellos y usar esta información para guiar las acciones y el pensamiento de uno”. Siete años después, propusieron que la I. E. implicaba desarrollar cuatro habilidades básicas: percibir y expresar las emociones de forma precisa, usar las emociones para facilitar la actividad cognitiva, analizar y comprender las emociones y, por último, regular las emociones para el crecimiento personal y emocional.
En 1995, Goleman publicó el libro “inteligencia emocional” que inmediatamente se convirtió en un best seller mundial, popularizó el tema haciéndolo entendible para cualquier lector, pero alejándose de los conceptos propuestos originalmente por Salovey y Mayer. Pronto le llamaron “modelo mixto” al trabajo de Goleman.
Quienes ejercen un fuerte liderazgo, suelen ser personas con habilidad para identificar las emociones en otras personas y generar en ellas un determinado estado de ánimo. Cuando ese líder actúa de manera honesta y auténtica es muy probable que aumente su capacidad de influencia.
Un líder positivo, inspirador, transformador, invita a sus seguidores a que despierten lo mejor que tienen como individuos, los motiva a desplegar todo su potencial humano; son conscientes de su influencia en el estado emocional de los otros y la utilizan para lograr metas colectivas. Algunas de las sub- habilidades más valoradas en los lideres son: la empatía, es decir, la capacidad para ponerse en el lugar del otro, comprender su vida emocional, sus necesidades, anhelos, deseos y compartir sus sentimientos; congruencia entre lo que dice y hace; que sea inspirador y motive a los otros a mover su energía para lograr un proyecto común; que fomente la cohesión social, el trabajo en equipo; que gestione los conflictos inherentes en toda relación; se espera que sea conciliador, capaz de generar consensos, de utilizar procesos democráticos para encontrar solución a problemas comunes; se valora enormemente un líder que sepa regular sus emociones, que en los momentos de crisis muestre control emocional, que transmita una actitud positiva, promueva la capacidad de triunfo y haga gala de un buen sentido del humor.
El liderazgo parece ser más un arte que una ciencia y con él se busca convencer al mayor número de personas para que colaboren para lograr objetivos comunes. Cierto es que en cada situación se requiere un tipo específico de liderazgo, sin embargo, independientemente del estilo, son indispensables las habilidades emocionales. Casi todos los líderes se caracterizan por tener una alta auto- confianza, una fuerte motivación intrínseca y una gran pasión por el trabajo y la acción
En el Estado de Hidalgo, en diez meses elegiremos un nuevo gobernador o gobernadora, personalmente me gustaría promover y votar por un líder político que renuncie a los modelos autoritarios y coercitivos, que muestre un profundo sentido de responsabilidad para con el Estado, que comprenda que la solución a nuestros problemas comunes no es el voluntarismo personal sino que sea capaz de sumar los talentos y competencias de las mayorías, que fomente la inteligencia emocional colectiva, que encare los problemas con optimismo y entusiasmo, que sepa mandar con el corazón y despierte en cada ciudadano lo mejor de sí mismo.
¿Quién dice yo?
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