Cuando lo conocí, Rolando García García era un periodista ya consumado, hecho al calor y la experiencia del Nuevo Día y de otros medios, había pasado por el Cambio 21 y alternaba sus días entre las redacciones de noticias del Canal Tres y el Diario Vía Libre.
No fueron pocas las horas que pasé con Rolando en un gabinete del Salón Regio, charlando del dolor de amores pasados, de turismo, de periodistas, de autores, de chismes y sobre el movimiento cultural de Hidalgo de finales de los ochenta y principios de los años noventa del siglo pasado. En aquel tiempo, era el primer lustro de la década de los años 2000, yo estaba recién egresado de la carrera de ciencias de la comunicación y mi deseo de publicar en el mayor número de medios impresos era mayúsculo; él me leía en el Aljibe o en el Síntesis y yo veía sus reportajes. Fuimos alumnos de Anselmo Estrada, en aquella época todos fuimos alumnos directos e indirectos del autor de la Inocente Polvorita.
Compartí con García la barra de La Barata: el silencio y la estridencia de una parroquia etílica. El choque de vasos y el aplauso a trovadores desafinados. El aire gélido de algunas noches de enero al caminar las calles del centro de la bella airosa y el calor de los reflectores en el estudio del canal de televisión local. Discutimos mucho con Carlos Sevilla y con los también finados Beto Herrera y Ramsés Salanueva. Lo vi ejercer su labor periodística al hacer un programa especial sobre creadores hidalguenses que se llamó Mapa de nube. Coincidimos en muchas reuniones que parecían eternas con Blues Rivera y desde hace algunos años, nos mirábamos con el cariño de un par de amigos que se encontraron en el fondo de un túnel.
Lector puntual de la literatura de La Onda, era un conocedor de la poesía de Los Contemporáneos y el Teatro mexicano de los setentas. Dominador de una prosa puntual y una redacción impecable, fue editor de video, fotógrafo y colaboró en varios proyectos impresos. Hasta donde recuerdo, le gustaba lo mismo la música clásica que la trova y el rock clásico. Consumidor y promotor de cultura, pues.
Su partida significa una gran pérdida a la generación cultural de hidalguenses nacidos en los años sesenta. El diario que alberga estas líneas sufre la baja de una columna que tenía ideas expresadas puntualmente en dardos con garlito.
Dicen que Woody Allen afirmó que “La ventaja de ser inteligente es que se puede fingir ser imbécil, mientras que al revés es imposible”. Rolando García García practicaba con diligencia esta frase, él trataba de pasar desapercibido, observando, tomando notas físicas y mentales de todo lo que veía, para, en un futuro, o quizá nunca, llevarlos a una nota, un reportaje, una columna de opinión. Por ello, creo que tal vez, éste sería el momento para liberar los programas de Mapa de Nube a las redes sociales, dejarlos volar en la red, pasarlos a podcast, que su voz raspe de nuevo el micrófono, decirle de alguna forma, a manera de homenaje al buen Rolas: ¡Adiós, amigo: nos veremos en el lado oscuro de la luna!
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