Ojalá y me equivoque, pero de seguir como vamos, debajo de los escombros, en el centro del olvidó podrá recordarse la lectura de los memes como epitafio: “pinche vida: ya sobreviví a las vacas locas de los noventas; al fin del mundo que presagió Nostradamus en el 99; al Millenium Bug del año 2000; a la gripe aviar de 2005 y la gripe porcina del 2006; al fin del mundo que cantaron los mayas en 2012; al Coronavirus del 2019 y a mí mismo; pero tal vez no sobreviva a una tercera guerra mundial”.
No, no me gustaría morir. No ahora, quizá en unos veinte años, pero ahora no. Menos ahorita que frívolamente, en menos de tres años me he convencido de hipotecar el futuro con la reeducación de mis hábitos. De adaptarme a la hibridación: nada de lo digital me es ajeno. No ahora que puse a prueba mi salud mental al enfrentarme a vivir con la soledad de mis pensamientos. No ahora que Midi me espera en casa.
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Tal vez, tú que lees esto también estés pensando en no morirte, ¿Por qué? Porque un deseo innegable de este tiempo es la sobrevivencia. Bisabuelos, abuelos, padres e hijos nacimos en un mundo hecho un caos que no hemos comprendido del todo, pero en el que nos adaptamos a pesar de que nos obligaran a volver la mirada a las páginas de los siglos pasados, donde sólo encontramos la acumulación de las pérdidas humanas fraguando los cimientos de la tierra que ahora caminamos. Sin embargo, todos, a excepción de los de instintos suicidas, deseamos permanecer aquí.
Salvo su mejor opinión, creo que las guerras siempre inician por el ego y la pendejada de alguien. El efecto mariposa que causa la decisión de un hombre provoca, al otro extremo del planeta, que todo colapse. Así ha ocurrido y volverá a ocurrir. Documentado está el profuso detrimento que inunda el paso del cause del mar de los gobiernos personalistas. Ese es el mismo principio de porqué los alacranes no tienen alas.
Pero hay algo todavía más profundo, todo estiba en que la mentira mejor contada de nuestra historia fue colocarnos en el centro de la creación del universo. Creer que el mundo nos pertenece porque “lo hemos conquistado” es mirar la viga en el ojo ajeno. El error ha sido del humano al pensar que es único.
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El ego de nuestra especie nos ha traicionado una y otra vez. Pensar nos ha alejado del entendimiento del sitio verdadero al que pertenecemos. Creer que somos el núcleo de la evolución del planeta nos arrastra día a día a la extinción y no a la preservación.
Creamos instituciones para cuidarnos, pero no somos capaces de protegernos de nosotros mismos. Ilusos, creímos que con lo aprendido en la Segunda Guerra Mundial teníamos la certidumbre de la consolidación de la democracia y la paz mundial. Pensamos, gran falacia, que nuestros mecanismos para cuidar los derechos humanos y los valores democráticos, serían el garante de nuestro futuro. Pero la verdad es que el ego nos está derrumbando.
El matrimonio feliz de la tranquilidad mundial terminó sin darnos cuenta. La política de los sistemas autoritarios despertó y el mundo seguía ahí. Muy seguramente, de nada servirá jactarnos de haber sorteado las peores calamidades.
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