La historia del Salón Regio se remonta hasta el final de la década de los veinte del siglo pasado y durante todos esos años fue una cantina del centro de Pachuca que ofrecía tragos y comida barata y sabrosa para sus parroquianos -bebedores procedentes del mundo real-.
Esparcían aserrín en el suelo, los vasos para las cubas eran pequeños y el presupuesto se hacía grande debido a sus precios; las tortas y tostadas de asado siempre fueron de lo mejor. Pero nada permanece inamovible y llegó el momento de que sus herederos decidieron emprender una renovación que, por fortuna, no le quitó su esencia, pero le trajo cierto estatus de lugar de moda.
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Hasta el Regio del Siglo XXI llegamos la tarde del 9 de marzo para la segunda presentación de Letras de Pachuca, un volumen colectivo en el que participamos más de 40 escritores y poco menos de una veintena de artistas gráficos.
Las ciudades cambian -aunque sea poco a poco-, mantienen una dinámica que transforma su rostro y en la que se gestan nuevas historias sin parar… es por ello que siempre será valioso emprender recuentos de esos precisos momentos… instantáneas simbólicas relacionadas con un tiempo y un espacio concretos.
El libro en sí mismo vale muchísimo la pena y el trabajo de Ilallalí Hernández y Xavier Rodríguez Casas -gestores y editores- es más que meritorio; siempre habrá que aplaudir que apuesten por la diversidad y la apertura -más allá de que a uno le parezca que se han colocado un par de impresentables-. Este volumen no se ciñe a un género específico y ello le da un valor agregado.
Ya habrá oportunidad de adentrarse en el contenido de Letras de Pachuca a detalle, pero ahora corresponde resaltar el hecho de que un evento literario convierta por un rato a una cantina de tanta prosapia en un centro cultural y demuestre que con voluntad y creatividad otra energía puede transpirarse en una ciudad que -hay que decirlo- solía (y suele) ser aburrida y conservadora.
Fiel a su estilo y a su naturaleza combativa, Enrique Garnica no se guardó nada y recurrió a su agudo sentido del humor para explicar su obra Metro Bachuca, que refleja la percepción de tantísimos pachuqueños y da su justa representación a ciertos lugares importantes. El artista plástico más importante del estado, una vez más restó importancia a los políticos y resaltó la importancia de la gente cuando se organiza.
La tarde-noche de este sábado pasado será importante dado que hablaremos de ella como la ocasión en la que Yuri Herrera, nuestro escritor de mayor calado internacional y poseedor de un inmenso talento, contó de su presencia -por años- como cliente consuetudinario y de la ocasión en la que en compañía de su amigo y compadre Alejandro Bellazetín (también presente en el libro) presenciaron a dos jóvenes músicos huastecos tocar para ellos mismos el violín y clavarse en sus improvisaciones que hicieron soltar al “Bellas”: –¡pero si eso es como Jimmy Hendrix!-.
Algunos ya lo sabíamos, pero esta velada hizo público que Yuri solía ir a escribir al Regio y de ahí salieron fragmentos varios de sus novelas; Herrera contó que se llevó la figura del cantinero del lugar para ponerlo atendiendo la barra de un table-dance de “El corredor de las caricias” en La transmigración de los cuerpos. Ese joven llamado Óscar siempre nos atendió con diligencia en las muchas veces que departimos allí con Daniel Fragoso, entre otros amigos; la muerte lo sorprendió pronto, pero Yuri le brindó la inmortalidad de la literatura.
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¡Cuánta poesía hay en una cantina atestada de gente! ¡El arte corre con la misma celeridad que los tragos y las viandas! La cultura real nada tiene que ver con la anquilosa versión que tienen y promueven las instituciones -que siguen instaladas en el pasado-. Tuzolandia se abre paso a través de sus propias maneras y personas, y elige los espacios para transpirar vida… que a nadie le sorprenda que Letras de Pachuca tenga tantas historias centradas en sus memorables bebederos -auténticos templos del morbo y los placeres-; así somos, así bebemos.
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