El pasado sábado fui invitada a celebrar los 10 años del Colectivo Teresa de Cepeda y Ahumada, una organización que surge en Hidalgo para abordar aspectos sobre teología queer, feministas, espiritualidades y laicidad.
La apuesta de este Colectivo radical en reconocer que las personas tienen derecho a vivir su fe, sin discriminación y violencia pero que al mismo tiempo es importante mantener la separación del Estado y las religiones.
Curiosamente mientras iba llegando a la Fundación Herrera Cabañas donde se llevó a cabo el evento, en el kiosko del reloj vi banderas de México y gente bailando y cantando a todo volumen alabanzas cristianas. Está imagen la he visto en otras plazas públicas del país y en todas las ocasiones esto me deja una serie de preocupaciones, ¿qué implica que ciertas religiones puedan hacer uso de la bandera nacional y ejecutar sus ritos en el espacio público?
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Es cierto que todos tenemos el derecho a hacer uso del espacio público, siempre y cuando no hagamos daño a otros. Ese daño no necesariamente tiene que ser algo físico, las palabras también vulneran y la gran mayoría de las religiones que se profesan en México como el catolicismo, el evangelismo, los testigos de Jehová, los mormones, el judaísmo han generado algunos espacios donde se han replicado discursos y acciones peligrosas en contra de los derechos humanos.
La iglesia católica tiene una larga, larguísima experiencia violando el principio de laicidad que rige a nuestro país, posicionándose cada que puede sobre temas como el aborto, el matrimonio igualitario, la identidad trans u otros temas de derechos humanos en los que no tendría que inmiscuirse. Lo hace porque desgraciadamente, el poder político aún mantiene una relación cercana y las autoridades no les sancionan por estos actos.
Al mismo tiempo hay religiones como el islam que si hicieran uso del espacio público como otros grupos religiosos, desatarían pánicos morales basados en la más profunda ignorancia y discriminación.
A su vez hay grupos dentro de todas las religiones que están luchando por asumir la responsabilidad social que todes tenemos para hacer mejor nuestros entornos y que están sufriendo consecuencias de sus actos, como el padre Marcelo Pérez Pérez, asesinado en San Cristóbal este año.
Profesemos o no una fe, lo que debe interesarnos es que sean espacios que potencien el bienestar de todes, que quienes lo practiquen no vivan discriminación y que particularmente, tengan claro que sí participación en la vida política del Estado, debe estar limitada.
De ahí la importancia de que se generen espacios críticos como el Colectivo Teresa que permitan entender las espiritualidades sin transgredir el principio de laicidad.
Qué vengan muchos, muchos años más del Colectivo Teresa.
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