La filosofía había abordado este tema desde la época de los pre-socráticos, sin embargo, siempre enunciaba “algo” que se movía, es decir, un ser-en-movimiento. Los pensadores del siglo XIX dan un gran salto ya que ahora lo moviente no es algo que se mueve, sino que el mismo movimiento es el ser al que se refiere la mirada y descubren que el hastío y la mediocridad han cooperado para que ese movimiento se detenga y, en parte, la ciencia de la época, con su postura positivista y reduccionista colabora también a la inmovilidad generando formas fijas en donde ha de caber la vida. Hegel se revela y clama por recuperar el espíritu, la fe, la pasión; protesta ante la pasiva indiferencia de su época y llama a recuperar el variado esplendor de la vida.
Argumenta: “el espíritu nunca permanece quieto, sino que se halla siempre en movimiento incesante progresivo”. Con Hegel, la vida pasa a ser el movimiento por excelencia y la voluntad de vivir el galardón del hombre que se arriesga a la aventura que le ofrece la vida. Esta voluntad de vivir se vuelve el motor de la existencia humana. Shopenhauer anota: “cuando el hombre quiere, quiere algo; la afirmación “quiero” que acompaña a todas nuestras acciones y sobre la conciencia de nuestra causalidad inmediata y nuestro poder personal, gracias a las cuales, las acciones que llevamos a cabo son realmente nuestras”.
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Este impulso es el acicate que hace que la vida avance y a la vida se le descubre en el susurro que ahora habla en el secreto: “mira que soy lo que tiene que superarse siempre de nuevo” (Nietzsche). Ahora la vida y la voluntad de vivir avanzan tomadas de la mano. No hay camino de regreso, es un constante ir a la novedad y la creación. Creación y novedad son los dos pilares de la filosofía de la vida, sin embargo, este camino no es nada fácil, pues al hombre mediocre le gusta quedarse en la inmovilidad y seguir siendo obediente. Parece ser que no hay salida. La lucha entre la inmovilidad y el movimiento aterra, genera parálisis pero también hastío, D Hont sugiere que “el camino de la conciencia individual, como el de la historia, pasa por la inquietud, la angustia y la desesperación”. Llama a una conciencia que se libere de sí misma, que asuma que no es un objeto, sino un movimiento en el que constantemente se rebasa a sí misma desplegándose en novedad y el camino para lograrlo es la creación.
Lo escrito anteriormente, me sirve de telón para intentar explicarme lo que hace casi un mes sucedió políticamente en el Estado de Hidalgo. Por primera vez en casi 100 años se llevó a cabo un cambio de partido político por la vía electoral. Pareciera que por décadas los hidalguenses nos debatimos entre la conformidad con lo que teníamos y el deseo de generar algo nuevo, el hastío asfixiante por la ya de sobra conocido y el temor por lo desconocido, entre la pasiva mediocridad y el deseo de que algo nuevo pudiera surgir.
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Esta vez la mayoría de los ciudadanos optamos por la acción y generamos un movimiento, vencimos la apatía y la indiferencia y quisimos darnos la posibilidad de un futuro común diferente. Algunos siguen embriagados por el sabor de la victoria, otros aterrados por lo que aún no acaba de nacer. Algunos contemplan los frutos de la victoria, yo elijo contemplar las profundas raíces del movimiento, con la convicción de que raíces, tronco, ramas y frutos somos parte del mismo árbol.